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Aquella violencia que no queremos ver


Mi debate interno empezó cuando una amiga estadounidense que había pasado un tiempo en la India sacó el tema: según ella, no podía ir a ningún sitio en pantalones cortos o llevar una falda por la rodilla, o una camiseta sin mangas, sin que la mirasen fijamente e incluso le metiesen mano. La experiencia de mi amiga reflejaba un trasfondo que todos conocemos y a la sombra del cual hemos crecido en la India. Sus palabras sacaban a relucir una verdad que es la causa de la preocupación de toda madre cuando su hija se sube al autobús o para un taxi en una carretera solitaria. Sus palabras me hicieron pensar: ¿Es posible que sea tan difícil para un hombre lidiar con lo que se ponga una mujer? ¿Tiene la mujer la responsabilidad de evitar que la violen, acosen o miren con lascivia? ¿Es la mujer la que debe hacer todo lo posible para que el hombre pueda “controlar sus impulsos”?

Responder afirmativamente a estas preguntas es como afirmar que los impulsos delictivos los criminales meramente reflejan el fracaso de ciertos sistemas de seguridad, cuando en realidad estos responden con más frecuencia a una propensión inherente en el individuo que a un estímulo externo. Tras mantener un debate muy interesante esta mañana con un grupo de gente cultivada perteneciente a una comunidad bloguera, me he dado cuenta de que todavía hay gente que cree que la forma en que una mujer se viste es la causante de la violencia sexual.

Permítanme discrepar. Decir que una mujer debe tener cuidado para que no la violen es caer en la mentalidad sexista que prolifera en nuestra sociedad hoy en día, aquella que justifica cualquier comportamiento por parte del hombre y considera aceptable que este de rienda suelta a sus “impulsos”; la que establece que si una chica recibe atención indeseada por parte de un hombre, la culpa es de la chica y nunca del hombre. Algunos argumentan que la influencia de los medios de comunicación es la causante de que hayamos llegado a esta situación, pero ¿a alguien se le ha ocurrido pensar que los medios de comunicación no son más que un reflejo de lo que verdaderamente somos? Las letras machistasde las canciones de Mohombi, e incluso los anuncios que Ford ha retirado, son solo reflejos de lo que permitimos que la sociedad siga siendo. No hay que olvidar que a lo largo de la historia de la humanidad la mujer ha sido una propiedad, ya sea como “mujeres de solaz” durante la Segunda Guerra Mundial, como cortesanas y bailarinas en épocas anteriores, como instrumentos para sellar disputas entre familias enfrentadas, o incluso como propiedad disponible para la venta una vez alcanzada la edad núbil. Los medios de comunicación (las películas, los libros, la literatura e incluso las comedias de situación de la televisión) representan a la mujer como esta es a ojos de la sociedad. Para esta, la mujer ideal es aquella que cuida la casa y es sencilla y bondadosa. La mujer que se viste como le apetece y sabe lo que quiere es una anomalía para nuestra sociedad. Y los medios de comunicación son conscientes de esta situación, por lo que me pregunto: ¿es justo afirmar que la influencia de los medios de comunicación provoca que veamos a las mujeres como una propiedad?

En cuanto al tema de la vestimenta, no estoy de acuerdo con aquellos que afirman que cuando una mujer se viste de determinada forma significa que está pidiendo que la acosen. Para empezar, NADIE QUIERE QUE LE ACOSEN. ¡NO HAY ARGUMENTO POSIBLE QUE JUSTIFIQUE LA VIOLACIÓN O EL ACOSO DE CUALQUIER TIPO! La ropa es una forma de expresión de la personalidad y el estilo para muchas personas, y que una mujer se ponga lo que quiera no es algo malo en absoluto. Por otra parte, para todo el revuelo que se arma con el tema de la vestimenta de la mujer, en realidad en muchos casos ni siquiera es relevante. Muchas mujeres que cubren su cuerpo también son objeto de acoso, y en ocasiones incluso de violaciones. En las últimas semanas he llevado a cabo un experimento. Me he vestido todos los días con camisa de manga larga o túnica, siempre una o dos talla mayor que la mía. He caminado por la calle, visitado hoteles, cafeterías, centros comerciales y tiendas, he usado el transporte público y he hecho cola, en definitiva, todas aquellas cosas que una tiene que hacer para cubrir sus necesidades básicas un día de trabajo cualquiera. No importa; lo que me ponga no importa lo más mínimo. He seguido recibiendo esas miradas repulsivas que de las que se dice que “desvisten con los ojos”. Al pasar a mi lado varios hombres, e incluso en dos ocasiones dos muchachos más jóvenes que yo, me silbaron o piropearon con voz aguda y estridente, mientras clavaban sus ojos en mí con descaro; una mano permaneció extendida hacia mí más tiempo del necesario al devolverme el cambio; una persona pasó rozándome cuando había espacio suficiente para que pasase un coche. Un día comparé mis notas con las de unas amigas, y lo que nos describimos conforma nuestra realidad diaria. Por el contrario, se pueden ver hombres de todas las formas, tallas y edades vestidos con los pantalones más cortos que se puedan imaginar, o con camisetas de tirantes (algunos de ellos, como he tenido el dudable placer de descubrir, poseedores de rollos de grasa en permanente lucha por ocupar el espacio), pero no verán a ninguna mujer con los ojos clavados en ellos, echándoles piropos o silbándoles.

Y después está el tema de cómo debe comportarse la mujer, y de que todo el mundo pueda interferir en su vida libremente. ¿Por qué no se ha casado todavía, es demasiado exigente? ¿Por qué no se ha quedado embarazada todavía, tiene algún problema? Que no se acerque, tiene la regla. ¿Por qué se le ve el tirante del sujetador? ¡Ay Dios, va a comprar compresas sanitarias! *Grito entrecortado* ¡Debería usar una bolsa de plástico negra para llevárselas a casa! Aunque estos comentarios no parezcan actos manifiestos de violencia, en realidad no dejan de ser violentos.

No dejemos de lado el contexto más general (la mentalidad parroquial en relación con la mujer) para centrarnos en lo que erróneamente creemos que son los motivos (los medios de comunicación o incluso ¡las elecciones de vestuario de cada una!). Vivimos en una época en la que la educación ha alcanzado infinitos rincones de formas infinitamente diversas: tenemos que estar por encima de todas estas ridículas consideraciones sobre la superioridad o inferioridad de los sexos. Todos somos humanos, y siempre hay algo que “estos no pueden hacer, pero aquellos sí”, y algo que “aquellos no pueden hacer, pero estos sí”. Respetar y celebrar las diferencias no es nada difícil.

Como dice la frase de Audrey Hepburn en su papel de Eliza Doolittle en My Fair Lady: “Mire, señora Higgins, la diferencia entre una dama y una florista no está en su comportamiento, sino en cómo la tratan. Siempre seré una florista para el profesor Higgins porque siempre me ha tratado y me tratará como a una florista, pero para el coronel Pickering siempre seré una dama, porque siempre me ha tratado como una dama y siempre lo hará así”.

Verla de la forma adecuada depende de ti.

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