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La educación de la mujer ante la violencia y la discriminación

Malala Yousafzai, además de activista por los derechos de las mujeres y Premio Nobel de la Paz, es un concepto de lucha. Su vida, su trayectoria y las formas de violencia física y psicológica que le tocó enfrentar se replican con patrones conductuales y culturales muy parecidos.

Hay muchas Malalas en el planeta, en el Perú se reflejan en la mujer rural o producto del desplazamiento forzado en las principales capitales de las regiones, por las escasas oportunidades de desarrollo y las secuelas de los conflictos. Hasta el 2014, el 76% de población analfabeta se concentraba en mujeres (UNICEF, Documental “La educación del silencio”, 2014). Las niñas rurales todavía no acceden a la educación plenamente, las adolescentes rurales tienen más dificultades de culminar sus estudios secundarios; 15, 9% frente a un 19.3% de varones (Florecer, Red Nacional de Educación de la Niña, 2011). Las mujeres adultas, analfabetas, pobres y violentadas en buena parte son el resultado de un pensamiento “talibán” que ha proliferado generación tras generación. Estamos rodeados de “Malalas y talibanes”, pareciera que nuestras formas de relacionarnos con la sociedad se basaran en la forma que Malala, se enfrentara a los talibanes; lucha incansable, constante, un caerse y levantarse, ser atacada y levantarse frente a un contexto de barreras invisibles pero poderosas que impiden valorar a la mujer, a la niña solo por su naturaleza, solo por el simple hecho de ser mujer.

En un mundo, bombardeado literalmente por estereotipos perversos en las redes y la televisión, el mundo rural es una realidad excluida de nuestros esquemas mentales. Afrontar patrones conductuales machistas implica abordarlos desde múltiples plataformas, políticas públicas, medios de comunicación, educación en el hogar y la escuela, desde perspectivas de género: de varón a varón, de mujer a varón y ¡de mujer a mujer! Desde la perspectiva generacional también con las bisabuelas, abuelas, madres, hijas y nietas. Conozco muchas jóvenes que han logrado alcanzar los estudios superiores, pero casi todas tienen un denominador común, una abuela que no estudió o no terminó de estudiar, que sufría violencia doméstica y castigo social cada vez que intentaba “rebelarse”. Uno de los principales motivos para impedir que estas mujeres estudiaran se basaba en la suposición de que aprendería a escribir “para hacer tontas cartas de amor”, que la llevarían a huir y echar a perder su futuro.

La relación entre “Malalas y talibanes” trasciende el caso particular de la misma Malala Yousafzai y es en muchos casos la forma en la que muchas mujeres, afrontan las relaciones con la sociedad, altamente represiva y violenta. Por poner otro ejemplo, el acoso sexual callejero hacia las mujeres, como forma de violencia, no únicamente de mujeres a varones, sino de mujeres a mujeres, es también una forma de cubrirlas subjetivamente con una túnica inmensa, oscurecida por todos los prejuicios que aún nos asechan al ver a una mujer mostrando más de lo acostumbrado, juzgamos y justificamos las agresiones físicas o verbales que luego recibe, ¡Ella tiene la culpa!, si te violan ¡es tu culpa!, vociferamos.

Malala Yousafzai, hoy con menos de 20 años nos recuerda que la educación es la mejor arma, para luchar contra la discriminación y todas las formas que puedan tomar las guerras y la violencia porque “un niño, un profesor, un lápiz y un libro pueden cambiar el mundo” (Discurso de Premiación 2014)

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