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Mujeres bolivianas cuentan con el dulce éxito de las barritas de quinoa


Las mujeres de una cooperativa boliviana esperan impulsar sus ingresos al añadir valor a sus cultivos de quinoa mediante la fabricación de barritas energéticas recubiertas de chocolate.

Tras las cortinas de plástico de una pequeña habitación en la plaza principal de un pueblo motañoso, cuatro mujeres están haciendo algo nuevo, sabroso y casi sano con quinoa, el grano de oro más antiguo de Bolivia.

Mezclan las pequeñas bolitas de la esencia de los andes con coco, cacahuetes y almíbar y después las escurren y cocinan. Algunas las dejan tal y como salen del horno; las más afortunadas se sumergen en chocolate boliviano.

Tras ser empaquetadas y selladas, las 800 barritas que producen diariamente esperan a ser distribuidas. Un cuarto terminarán en un gimnasio exclusivo en La Paz —donde las venden por cinco bolivianos (unos 0.70$) cada uno—, otras serán el desayuno de niños de la zona, mientras que el resto se venderán con un descuento a tiendas locales y familias, o intercambiados por leche, yogur y queso procesado por una cooperativa láctea.

El negocio, dirigido por una asociación de mujeres del pueblo de Tumarapi, a una hora en coche de la capital administrativa de Bolivia, La paz, empezó después de que las 100 familias locales que producen quinoa empezaran a buscar nuevas formas de vender su producción.

La creciente demanda de quinoa llevó a que muchos agricultores locales abandonaran el cultivo de patatas por el del grano. Centrarse en un único cultivo trajo consigo un aumento de producción y una caída de los precios.

En colaboración con Soluciones Prácticas, la rama latinoamericana de la ONG británica Practical Action, la asociación de mujeres decidió añadir un valor extra a la quinoa convirtiéndola en barritas energéticas.

Aunque siguen luchando para sacar sus productos al mercado en un número suficiente, las mujeres esperan que el negocio continúe creciendo. Las premisas actuales son solo temporales (en las afueras del pueblo, otros miembros de la asociación cortan y doblan barras de metal para convertirlas en vigas que serán el soporte del techo de una fábrica, para cumplir con los requisitos de las condiciones de trabajo.

Las mujeres esperan que cuando la fábrica esté lista, puedan lograr un aumento en las ventas proporcional al orgullo que tienen de su negocio. Además de aportarles un ingreso, les ha permitido ser más independientes y tener un rol más importante en la comunidad.

«Tengo ganas de ponerme mi uniforme y venir a trabajar», comenta Clara Tambo Rivas, de 18 años. «Pero solo trabajamos aquí un día o dos a la semana porque no vendemos lo suficiente de momento. Me gustaría trabajar aquí más, pero tenemos que vender más barritas».

Su colega Eduarda Ortega Tambo de 27 años, que tiene tres niños, prefiere, sin duda, hacer barritas energéticas al agotador y doloroso trabajo de recolectar su principal ingrediente. «Estaríamos en los campos todos los días», explica. «Solíamos gatear por el suelo para sembrar y trillar a mano. Todos trabajábamos y sembrábamos por la mañana, y volvíamos a casa al mediodía. Después, cuidaba de los niños».

Pero el fruto de su trabajo era, literalmente, pienso para pollos. Con más quinoa de la que podían usar, empleaban el excedente para alimentar el ganado.

Ortega destina el dinero extra que gana con las barritas para comprar más frutas y verduras para sus hijos. Espera que los beneficios de tener la fábrica —donde las barritas se mezclarán y cocinarán— se extenderán más allá de lo económico y nutricional. «Me hace sentir que ayudo a mis hijos a tener más oportunidades y mejores medios en sus vidas», nos cuenta. «También me ven que soy feliz en mi trabajo, y eso me da ánimos para trabajar pero también a ellos a hacerlo».

Artículo original publicado en The Guardian.

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