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Cómo mis dificultades como madre adolescente en África me inspiraron

Ahora enseño a otras mujeres sobre autoestima y empoderamiento

En esa noche especial en que nació mi hijo, yo tenía apenas 13 años y seis meses de embarazo. Todos se habían ido a dormir cuando, de un momento a otros, tuve necesidad de orinar. Se me rompió la fuente, pero yo no sabía qué era.

Mi padre me acompañó afuera, pues no teníamos baño dentro de la casa. Unos minutos después, la frecuencia cambió y tenía que orinar de nuevo, solamente que esta vez, no pude salir de la cama. Mi padre y yo no sabíamos que estaba en labor de parto, pero mi madre sabía exactamente qué estaba ocurriendo. Mi hijo estaba a punto de llegar al mundo prematuramente en una aldea sin hospitales, electricidad ni servicios de ambulancia.

Mi madre se levantó y, en medio de su pánico, rezó mucho —pero también empezó a prepararse para lo peor. Pronto, empecé a sentir un pie de mi hijo y grité. Mi padre se desmayó y mi madre quedó a cargo del parto. Sin guantes ni tiempo para pensar, puso su mano derecha dentro y tomó otro piecito y jaló al bebé. Pero la cabeza se quedó atorada. Mi madre dio instrucciones a mi ya recuperado padre para que presionara mi estómago para que la cabeza del bebé saliera. El cuerpo de mi hijo estaba casi sin vida pues había inhalado demasiado fluido amniótico.

Mi madre le tiró agua fría, pero no tenía señales de vida. Cortó el cordón umbilical, lo envolvió en gruesas frazadas y se lo entregó a nuestra vecina, mientras esperaba la placenta, pero no salió. Le ordenó a mi padre que me llevara en su motocicleta al centro de salud que estaba a dos horas de malos caminos.

Cuando llegamos, no había nadie que me atendiera, así que iniciamos otra travesía de cinco horas hacia el hospital de la gran ciudad. Ahí, me llevaron a la sala de partos, para retirarme la placenta. A mi hijo lo pusieron en una incubadora, con tubos conectados desde su nariz hasta su estómago. Durante tres meses y medio se alimentó con leche materna que yo suplicaba a otras madres, pues todavía no producía leche. En este tiempo, mi familia hizo muchos sacrificios para asegurarse que mi hijo y yo estuviéramos bien.

Casi cuatro meses después de haber nacido, mi hijo estaba listo para regresar a casa. Pero en mi aldea de Bawock, Camerún, tener un hijo sin estar casada se considera tabú. A mi hijo lo aislaron. Además, nació con los pies primero. Muchos creyeron que era un brujo y que había que matarlo.

A mi hijo lo llamaron bastardo. A mí me rechazaron otras chicas, cuyas madres les prohibieron ser mis amigas. Mi autoestima se vino abajo y estaba constantemente insegura. Me sentía atrapada y asustada.

Pero un día, tan cansada de luchar conmigo, decidí darle la vuelta al dolor. Me pregunté: “¿Por qué fui creada? ¿Cuál es el propósito de mi vida?” También empecé a escribir en un diario. Como el tema de lo que escribía era tabú y no podía discutirlo con las personas de mi comunidad, era un medio de liberación. Gradualmente, me di cuenta de que mi diario se estaba convirtiendo en un viaje, no un simple destino. Completaba dos o tres diarios a la semana. Eran gruesos y llenos de sentimientos y pensamientos inspiradoras. Mis propias palabras se volvieron una inspiración para mí cuando leía mi diario cada vez que me sentía decaída. Llegué a darme cuenta yo sola de que no soy un error. No soy inútil ni un fracaso, ni ninguna de las otras palabras que me dijeron.

Lo que otros dijeron de mí había creado sistemas negativos de creencia sobre mí. Por los testimonios de mis amigos después de leer mis escritos, sé que esta es una lucha universal. Ahora sé que no estoy sola, pero ojalá hubiera habido un libro que me hubiera ayudado cuando era chica.

Hice un pacto para contar mi historia a otros porque creo que solamente las experiencias compartidas pueden ayudar. Para llegar a mujeres y niñas en todo el mundo, empecé a escribir artículos inspiradores sobre autoestima y empoderamiento para revistas en línea y periódicos locales. Pero con una sed insaciable de cambio y acción, di un paso más y publiqué tres libros en una serie llamada Falsas etiquetas en 2012, que ahora están disponibles en Amazon y en muchos colegios de Camerún, Zimbabue y otras partes del mundo.

También diseñé el currículo de un taller que se podía usar en colegios, iglesias y grupos de mujeres para enseñar a construir autoestima y otros asuntos relacionados con el empoderamiento. Los medios digitales me dieron la oportunidad de contar mi historia con otros en todo el mundo, que ha ayudado a otras mujeres a usar sus voces también.

Otro proyecto mío está inspirado en mis experiencias como adolescente en Camerún. No tenía toallas higiénicas, ni oportunidades de comprarlas, así que a menudo no iba al colegio. Como resultado, empecé el proyecto KujaPads para poner fin a los tabúes y estigmas menstruales y reuní Un Millón de Toallas para el Progreso, para ayudar a que niñas de hogares pobres de Camerún siguieran yendo el colegio durante su periodo. Visitamos colegios donde donamos toallas higiénicas a las niñas y ofrecemos talleres de empoderamiento sobre autoestima y gestión de la higiene menstrual.

Hoy soy enfermera en uno de los mayores países del mundo. Y mi hijo —a quien también rechazaron y que hasta se suponía debían matar y arrojar según la cultura de mi pueblo— es un joven inteligente y saludable. Él también es enfermero y se graduó con honores del colegio de enfermeros.

Aunque ahora vivo en Estados Unidos, estoy generando un movimiento como impulsora de cambios en mi país natal y he creado una conferencia anual de un día de empoderamiento para madres adolescentes, personas con discapacidades y público en general.

Cuando regreso a la comunidad donde fui rechazada, mucha gente viene a verme, saludarme y aprender de mí. Muchos padres me han pedido perdón. Las mismas familias que alejaron a sus hijas de mí ahora quieren que sus hijas sean como yo. Me he convertido en un modelo a seguir.

Nunca me rendí, seguí fuerte y determinada a cambiar mi vida para mejor. Las creencias nativas hubieran matado a mi hijo si hubiera permitido que me conquistaran. Mi consejo a otras madres adolescentes es nunca quedarse estancadas en creencias tradicionales que no están probadas científicamente —y que no hagan caso a la sociedad, sino que generan sus propios caminos y que traigan su propia huella de belleza a un mundo creyendo en ellas mismas.

Los padres no deben rechazar a sus hijas, sino seguir apoyándolas con amor y compasión, como hicieron mis padres.

Exhorto a todos a aprender a defenderse, ya sea verbalmente o por escrito. Me redimí yo misma y encontré cura cuando empecé a usar mi voz para escribir y hablar a otras mujeres. Mi vida es mi mensaje al mundo y se enriquece y se cumple cada vez que empodero un alma.

Marie-Claire Kuja es colaboradora de Estados Unidos y Camerún. Este artículo fue publicado originalmente en World Pulse. La versión para esta traducción es el texto publicado en TIME.

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