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Siempre recordaré cuando ella me defendió

Por Colin Ryan

Esta es una traducción de un artículo publicado originalmente en Reader’s Digest

Imagen en Flickr de la usuaria Marie, con licencia (CC BY-SA 2.0)

Cuando estaba en quinto grado, me hubieran podido decir: “Colin, no es genial ponerse los mismos pantalones deportivos todos los días de colegio”, pero yo estaba cómodo. Y me hubieran podido decir: “Colin, no está bien ir a la fiesta del colegio y bailar la Macarena mientras suena la canción ‘November Rain’ de Guns N’ Roses”, pero yo no hubiera parado. Hasta podían haberme dicho: “Colin, no es genial ser miembro activo del cuerpo de baile de payasos de tu parroquia”.

Entonces pasé a sexto grado, y de repente me quedó claro que solamente tenía dos opciones. Podía ser uno de esos tipos geniales o podía ser invisible. Y debo decir, me iba bastante bien con la segunda opción.

Hasta el tercer periodo de ese primer día, cuando una profesora nos hizo llenar un cuestionario con preguntas de “conócete”.

Asumí que la profesora lo leería en privado, así que sentí que era seguro contarlo desde la perspectiva de ser alguien que usaba los mismos pantalones deportivos, que bailaba Macarena y que era un payaso en su parroquia.

La profesora recogió los papeles, los mezcló y los repartió a la clase. Fuimos uno por uno. Leíamos el nombre del que había escrito y después nuestras tres respuestas favoritas. Mi papel terminó en las manos del chico que era el más genial y el más malo.

Sus “respuestas favoritas” mías fueron las tres peores para que se leyeran en voz alta. La primera pregunta era “¿Cuál es tu película favorita?” Los otros chicos habían escrito Scream y Soldado universal. Recuerdo haber pensado: ¡tenemos 11 años! ¿Cómo es que ven películas para adultos?

Leyó mi respuesta. La bella y la bestia (afirmo que se mantiene mejor que otras, pero no pude fundamentar ese argumento efectivamente en ese momento). Una carcajada surgió del aula, y mis mejillas ardieron porque sabía que recién estábamos empezando.

La siguiente pregunta que leyó fue “¿A dónde te gustaría viajar?” Los otros habían dicho “Australia”, “Japón”. Yo escribí “A donde sea que un libro me lleve”.

Esta vez la carcajada fue de calidad explosiva. Los chicos se chocaban las manos.

La pregunta final fue “¿Qué te gusta hacer los fines de semana?” Los otros chicos habían escrito “Pasar el rato con mis amigos” e “ir al centro comercial”. Yo había contestado “Actuar con los Payasos por Cristo”.

Los que no se reían me miraban con cara de repugnancia. Me sentía como de cinco centímetros de altura. Recuerdo haber fijado mi mirada en mis libros y pensado si podía desaparecer entre mis cosas.

Pero entonces, ocurrió algo asombroso.

Una voz desde el fondo del salón dijo: “Chicos, córtenla”. Y el aula se quedó en silencio. La voz le pertenecía a Michelle Siever, y Michelle Siever era popular y genial. Michelle Siever tenía influencia. El aula estaba callada.

Pero Michelle no había terminado. Se volvió hacia la profesora y dijo: “¿Por qué está permitiendo que esto pase? ¿Qué sentido tiene si solamente nos vamos a burlar entre nosotros?”

No recuerdo el nombre de la profesora ni de los otros chicos, pero recuerdo el nombre de Michelle Siever. Recuerdo cómo me sentí cuando me defendió porque ese día me mostró que en verdad tenemos tres opciones. Puedes ser genial, y te pueden recordar por un breve momento. Puedes ser invisible, y no te recordarán en absoluto. Pero si defiendes a alguien cuando más lo necesita stand, entonces te recordarán como un héroe y por el resto de la vida.

Contado en vivo en un programa de The Moth en Flynn Center in Burlington, VT

Derechos registrados © The Moth.

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