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Ya marché, y ahora ¿qué?


Yo tenía unos 8 años. Con mis primas jugábamos a las fotógrafas. Utilizábamos los rollos usados de máquinas de escribir e imaginábamos que eran nuestras cámaras, luego dibujábamos rostros como si fueran las fotografías que habíamos tomado. Mi bolígrafo había fallado, azul, lo recuerdo, y dibujé el rostro con grandes ojos que parecían golpeados – o en todo caso, grandes ojeras -, no lo hice a propósito, simplemente, culpa del bolígrafo que corría tinta, mi ‘fotografía’ había salido así. Una de mis primas al verla dijo “le ha golpeado su marido” y todas rieron con ella, yo también. ¿Por qué? Años después, sigo usando esta anécdota para explicar cómo desde muy pequeñas vemos al maltrato doméstico como algo normalizado. Lo cotidiano – casi – no asusta. Lo cotidiano es normal pues, y en ese momento resultó, supongo gracioso, sigo ignorando por qué reí. Tenía 8 años, ya lo dije, claro, quizá lo digo de nuevo para disculparme, a mí misma, por qué reí en ese instante y no debía.

La violencia doméstica me persiguió toda la vida, no dentro de casa, sino fuera de ella. Andaba muy cerca, sabía lo que ocurría y a quién le ocurría, pluralizo, a quiénes.

A fulanita de tal “el marido la ha masacrado”, “iré al hospital, a fulana, el marido le cortó la mano con un cuchillo”, “fulanita perdió el bebé, el marido le pateó porque algo le habrá reclamado”. Parecen titulares de noticia, aún los escucho en las conversaciones familiares como quien comenta lo que compró en el mercado. Aún revivo el momento con la inocencia de una niña: a la mujer le pegan, es normal, algo ha hecho.

Lo triste de todo esto es que estas anécdotas no son solamente mías, son las de ustedes. No es un caso de prensa amarilla. Todos conocemos a una víctima de violencia doméstica. Todos conocemos a una víctima que calló durante años por el “bienestar de los hijos” para “evitar el qué dirán o porque “el divorcio, no lo perdona dios”.

El llamado principal de #NiUnaMenos se llevó en Lima, también captó seguidores en otras regiones peruanas donde se organizaron marchas simultáneas a las de la capital; y aún más, en otros países organizados por peruanos en el extranjero. Las imágenes son esperanzadoras. Un país que se une para gritar a una voz BASTA. La violencia de género no seguirá siendo aceptado. Es la promesa de los ciudadanos peruanos.

Pero ya marchamos y ahora ¿qué? Ahora seguimos gritando BASTA, día tras día hasta que nuestras niñas no se acostumbren a imágenes de mujeres maltratadas, a historias de familiares violentadas, a secretos que asesinan pero que se guardan por la buena imagen, del señor tal cual, nuestro primo o tío, y que darás la mano y el beso de rigor en cada fiesta familiar, a sabiendas que, ese señor pateó a xxxx, cortó la mano de xxxx, tocó donde no se toca a xxxx, y la niña lo saludará con total normalidad porque el señor se comporta con toda normalidad.

BASTA.

BASTA porque ahora que sabemos que NO ES NORMAL, no nos callaremos.

Porque ahora que sabemos que NO ES NORMAL y nuestras hijas no imaginaran más una mujer golpeada en un rostro mal dibujado, nuestras hijas no estarán obligadas a saludar y hablar con alguien que no debe ser tildado de menos que un criminal. Y el lugar de un criminal es entre rejas, no protegido en el núcleo familiar.

BASTA porque no queremos una abuela más con cincuenta años de matrimonio insultada de inútil, BASTA porque no queremos una tía arrastrada por los suelos siendo golpeada a correazos, BASTA porque no queremos una prima más violada por el "tío ejemplar", BASTA porque no queremos la tía insultada de 'puta' por sus propios hijos cuando - por fin! - decide divorciarse del hombre que la golpea. BASTA, gritar BASTA, es la única manera de perdonar nuestros años de silencio y complicidad.

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