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La demanda de prostitución, el cliente invisible

Masculinidad y prostitución son dos conceptos que si bien están íntimamente relacionados, su vínculo no es reconocido en el imaginario social. En las representaciones colectivas no está conectada la existencia de la prostitución con el rol que la sociedad le otorga e impone al varón. Es decir, culturalmente nuestra sociedad sostiene de manera crónica roles, mitos y estereotipos de género a cerca de la sexualidad que refuerzan la existencia de la prostitución, explotación sexual e incluso la cultura de la violación. El abordaje sobre el tema de prostitución generalmente se realiza haciendo énfasis en las mujeres involucradas, y no se visibiliza lo suficiente el hecho de que este fenómeno responde a la existencia de una gran demanda. En este sentido, La Demanda surge como consecuencia de una construcción de masculinidad, respaldada por el imaginario y las representaciones sociales que permiten, fomentan e inclusive exigen que el hombre deba “tener actividad sexual”; ya que la creencia popular argumenta que “el varón necesita desfogarse sexualmente”. Estos mitos, entre otros, han constituido en el tiempo una masculinidad monolítica, que celebra la virilidad e incluso fomenta la violencia machista.

Las ideas culturales sobre la supuesta necesidad sexual biológica masculina vienen acompañadas con el pensamiento de que las mujeres deben ser, y comportarse de manera simétricamente opuesta a los hombres. Es decir, el paradigma heteronormativo de los roles de género llama a los hombres a ser hiper-sexuales mientras las mujeres reciben el mensaje que deben desenvolverse de manera prudente, delicada y por sobre todo deben ponderar y resguardar su virginidad. La virginidad opera entonces como un símbolo de auto-respeto y honor. La pureza que viene asociada con la virginidad llama a las mujeres a auto-regular su deseo sexual. Pero lo cierto es que este mensaje reclama que la administración del cuerpo de la mujer se dé a través de la regulación social que ejerce el patriarcado ¿qué ocurre entonces cuando tenemos mensajes contradictorios sobre la regulación “deseable” de los cuerpos biológicos?

Siendo que la existencia de la prostitución es una constante, estamos en condiciones de afirmar que el cuerpo mujer a lo largo de la historia occidental fue y continúa siendo propiedad del patriarcado. Y mientras esta-nuestra cultura machista incite y promueva al varón a comportarse como un ser sexualmente hiperactivo, nos queda claro que: 1) continuaremos reproduciendo una apología a la cultura de la violación y 2) seguiremos asumiendo que algunos cuerpos femeninos no son dignos de “pureza virginal”; y muy por el contrario están destinados a satisfacer el deseo sexual masculino. Paralelamente, pero en esta dirección, tenemos una cultura que gira en torno a la ponderación de la virginidad. La virginidad es el estado cero del cuerpo desde la lógica sexual del patriarcado. De esta manera, la escala de valor que cada sociedad le otorgue a la virginidad nos habla del nivel de libertad sexual que existe en ese determinado contexto.

Un personaje mitológico de la cultura sexual del patriarcado que encarna esta dualidad es la figura de “La Colegiala”. Quien se encarga de deslizar un mensaje sobre nuestra doble moral. Ese personaje ingenuo, intacto, pueril y virgen a su vez llama y provoca al hombre en la tentación para que la inicie en la vida sexual. La virgen está ahí para ser corrompida. Esta creencia refuerza con la prostitución la idea de que algunas mujeres no son dignas del respeto machista y nacieron para ser prostituidas, o simplemente el cuerpo mujer es concebido culturalmente para que algún día deba satisfacer la demanda del macho de turno.

Por su parte, el acto mismo de la prostitución cristaliza relaciones entre cliente y prostituta en torno a una relación que le concede al varón el derecho de tener acceso a mujeres que nunca digan NO. A través de estas consideraciones vemos que el hombre, en tanto cliente, es uno de los principales actores en la prostitución. Pero cuando se centra la atención y percepción de este fenómeno -así como las medidas para erradicarlo, controlarlo o legalizarlo- exclusivamente en las mujeres, el cliente es el gran ausente. De ahí que nos preguntemos: ¿por qué la relación entre masculinidad y prostitución amerita ser revisada?

En este sentido, podemos alegar que la concepción heteronormativa basada en los privilegios sexuales de los varones por sobre los de las mujeres contribuye a que La Demanda se constituya sin establecer cuestionamientos. Es decir, que la responsabilidad del cliente y por consiguiente las consecuencias que la prostitución conlleva para las mujeres no son debatidas. Siendo que existen limitadas publicaciones y estudios sociales acerca de la magnitud y características de La Demanda sería interesante investigar los distintos contextos culturales como tolerantes o no, al consumo de sexo remunerado e inclusive a la explotación sexual.

En otras palabras, estamos ante una sociedad que normaliza y naturaliza la demanda de prostitución en varias de sus acepciones. Esta representación de lo masculino que rige las relaciones entre hombres y mujeres se traduce en la presión social hacia los hombres dentro de una masculinidad hegemónica para que busquen mujeres que cubran esa demanda. O para justificar la existencia de la misma. Es así que se establece a su vez una sexualidad genitalizada, disociada del afecto, con énfasis en el placer propio, sin compromiso ni reconocimiento de la otra parte. Y como si esto fuera poco, el imaginario social responsabiliza a las mujeres por su situación y les atribuye libertad en la elección de su “oficio” ya que la transmisión de dinero pareciera atribuirles responsabilidad y voluntad sobre el acto de prostitución.

El silencio de la sociedad en general, junto con las representaciones hegemónicas de masculinidad admiten que la prostitución se sostenga históricamente. El silencio es el gran cómplice de la prostitución, y potencialmente también de la trata de personas con fines de explotación sexual. En otras palabras, se entiende que para la sociedad la responsabilidad sobre la prevalencia de la prostitución recae principalmente en las mujeres. Si bien en el último tiempo hubo un reconocimiento de La Demanda y se busca sancionar algunos casos de clientelismo, estamos lejos de entender que este es un problema que involucra históricamente a todo el tejido cultural y al sistema de valores.

La sociedad en su conjunto es responsable de la existencia y persistencia de la prostitución y la explotación sexual. Por ello, es necesario visibilizar la demanda. Tal es así que debe siempre reconocerse la violencia a la que es sometida la mujer en esta situación: agresión por parte de los clientes y proxenetas, informalidad y leyes discriminatorias, estigmas sociales, falta de acceso a cuidados del cuerpo y derechos a la salud. La prostitución, es fundamentalmente una expresión de poder: por un lado el poder de la dominación masculina, así como también el poder que el dinero le otorga al cliente. Ambas instancias perpetúan las relaciones asimétricas entre hombres y mujeres. Tal como lo afirma un estudio acerca de fenómeno de la prostitución: “...se debe hacer visible la participación del cliente, así como exigir el reconocimiento particular y social de su responsabilidad. El cliente es quién financia el negocio de la prostitución; de él proviene el ingreso que hace lucrativa la actividad, independientemente de la situación económica de cada país donde existe” (Trapasso: 2005).

Mientras no se asuma que la prostitución no es igual a prostitutas, sino que es un problema que afecta a todas las mujeres y sobretodo que involucra a la demanda, continuarán existiendo expresiones culturales en las cuales prevalezca la desigualdad de género asociada a una masculinidad sexualmente machista. Y por ende, será difícil reconocer la violencia y la explotación intrínseca en el fenómeno de la prostitución. Es decir, los mitos sobre la sexualidad humana en los que se basan seguirán siendo los mismos y a pesar de que los discursos cambien, permanecerán las consecuencias negativas para el despliegue de una sexualidad sana, positiva, consensuada y enriquecedora para todos y todas.

Trabajar en la de-construcción del patriarcado que se expresa en la masculinidad hegemónica, el machismo y la violencia de género es fundamental no sólo para mejorar la situación de las mujeres. Sino también para reducir su exposición a episodios que posteriormente pueden devenir en violencia de género y explotación sexual. Es, ante todo, una estrategia para mejorar las relaciones de los hombres consigo mismos y entre sí. Desde esta desnaturalización de la masculinidad se deriva la posibilidad de repensar la relación de los hombres con la desigualdad de género y de enfocarnos en los varones cuando se pretenda aplicar estrategias de desarrollo y bienestar social. Es decir, resulta imperioso involucrar a los varones como agentes centrales y promotores de cambio en miras de construir una sociedad igualitaria.

Fuentes

* Trapasso, Rosa Dominga (2005) La prostitución en contexto. En: Comercio

Sexual: Un abordaje desde los Derechos Humanos. Movimiento El Pozo, Lima

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