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Un divorcio como todos


Aquí estoy, con el corazón destrozado, asustada por lo que vendrá, los ojos hinchados de tanto llorar y aun así intentando hacer lo correcto para todos. Intento pensar con claridad, pero mis lágrimas lo inundan todo, siento que hasta mi cerebro está lleno de sollozos y agua salada. Estoy pero no estoy, una densa capa de niebla se apodera de mis pensamientos y en medio de todo ello, intento razonar.

En el fondo sé que aunque lo siga pensando, ya decidí. Sé que dejaré caer casi 20 años de relación, una familia, un hijo, una hipoteca, un coche, la seguridad del hogar. No puedo evitar pensar en las mujeres de mi familia. Recuerdo una conversación con mi abuela materna donde le pregunté si había valido la pena estar casada con un hombre gruñón, prepotente, dictador, distante y que la engañaba constantemente. Su respuesta fue que sí, que si tuviera que volver a vivir lo haría igual, que los hijos bien valían ese sacrificio. Los hijos, todo por los hijos, pensé. Recordé también a mi madre, quien en su momento se divorció de mi padre. Entonces, era evidente que habían dejado de quererse y no hacían más que pelear, porque ya no se toleraban. Años después, ella pensaba que había sido un error. Que los hijos, otra vez los hijos, necesitan un padre y una madre. Miro a mi hijo, y pienso ¿qué es lo mejor para él?

En este momento con mi cabeza a punto de explotar, entre otros sentimientos tengo mucha rabia, rabia por estar en esta situación donde haga lo que haga mataré una parte de mí. Intento descifrar que es lo que más me duele. La traición, el saber que el amor se murió, el miedo a la incertidumbre, ¿Qué?

Lejos quedó la pareja enamorada que compartía sueños y aventuras, que deseó un hijo y lo trajo con toda la ilusión del mudo, que se mantuvo unida en las buenas y en las malas, que sobrevivió a la distancia, a la muerte de nuestro primer bebé, a los éxitos y a los fracasos. No encuentro más a la chica enamorada, y el chico capaz de bajar la luna y las estrellas para su amada se esfumó.

No sé cuando el amor empezó a resquebrajarse, tal vez se inició todo con los primeros silencios, cuando empecé a callar por no discutir, con el silencio la sonrisa empezó a desaparecer. Tal vez cuando él decidió sacrificarse para que yo siguiera emprendiendo y aceptó trabajos para los que estaba sobre cualificado, o cuando era más práctico que él llevará solo a nuestro hijo al parque, así yo podía ordenar un poco la casa después de un agotador día de trabajo. También pudo ser, cuando el reparto de las tareas domésticas no funcionaba. No entendía porque si los dos trabajábamos, solo yo debía encargarme de la casa. O cuando intenté dar solución y me topé con un muro de silencio. Era consciente que la relación no estaba bien, pero pensé que éramos dos los que teníamos que darle solución. Hubo momentos en que lo intenté y caí vencida por su actitud de indiferencia, al final me fui conformando, después de todo nuestro hijo crecía feliz.

De pronto me entero que mi esposo tiene otra relación. El sentimiento que viene a mi es el dolor de sentirme traicionada, siento indignación y mucha rabia. Me pregunto ¿qué hago? El primer impulso es enfrentarlo, decirle todo lo que pienso y siento. El segundo es el recuerdo de mi abuela haciéndose la tonta, la que no se enteraba de nada, segura que su marido no la abandonaría. Sé, estoy segura que él no me dirá nada; si yo guardo silencio todo seguirá como hasta ahora.

Miró a mí alrededor, ese hogar hasta hace unos segundos mi refugio se ha convertido en un espacio sombrío. Escucho a mi hijo jugando con su padre tan tranquilo y me pregunto ¿cómo puede? Para mí ya nada es igual, sobre todo porque sé que posibilidades tenemos todos. Ante la posibilidad de estar con otra persona mi decisión fue ser leal a pesar de las circunstancias que atravesábamos como pareja, siempre creyendo que esa también era una etapa que también llegaría a su fin. Ahora siento que efectivamente ha llegado a su fin, pero no de la manera esperada. Prueba no superada, me digo.

Pero yo soy yo y no mi abuela. Así que, cuando mi hijo ya duerme, lo enfrento. De la negación, pasa a tú estás loca, eres una mal pensada y luego al es tu culpa. Le abro la puerta de casa y le digo que puede irse. Sin rencores. El pacto era que estaríamos juntos mientras el amor durase. Pero no se va. Jura terminar con esa relación, jura hacer todo lo posible por salvar el matrimonio, jura que todo cambiará. Decido creer.

Se queda sí, pero no puede terminar con la relación que tiene fuera. Yo sigo pensando ¿Qué hago? Mi hogar, ahora es un campo de batalla, desconfiamos, dudamos, peleamos por todo y siento que duermo con un completo desconocido.

Me pregunto si aun lo amo, concluyo que a pesar de todo debo amarlo mucho, por eso duele tanto. Pero también me digo que es evidente que él ya no me ama a mí, y eso duele más. ¿Qué hago? ¿Qué quiero? ¿Aceptaría seguir viviendo con alguien que no me quiere? Desde lo más profundo de mi surge un NO rotundo. La imagen de mi hijo aparece, el necesita a sus padres, los necesita a los dos. ¿Cómo le vas a hacer esto?

Entonces miro a mi hijo y me pregunto ¿un niño puede cargar con el peso de tener a sus padres unidos solo por él? ¿Hubiera yo aceptado ese sacrificio de mi madre? Y encuentro mi respuesta. Al día siguiente con mi hijo en una mano y una valija en la otra dejo mi casa, mi hogar y mi refugio. Yo inicio la separación.

PD. Recuperarnos nos costó más de tres años. Por un tiempo mi mejor amigo, mi amado, mi esposo fue mi enemigo. Ambos hicimos muchas cosas llevados por el rencor y la rabia, nos lastimamos, dijimos cosas que no pensábamos y nos empeñamos en pensar lo peor del otro. Solo tuvimos un acierto, jamás mezclamos a nuestro hijo, ambos nos esforzamos en mantener la imagen positiva del otro en nuestro niño. Por lo demás, como casi todas las separaciones, fue una guerra cruel donde no hay ganadores y si perdedores. Pero todo pasa y hoy somos dos padres unidos, excelentes amigos, seguimos siendo una familia porque lo quiero y me quiere, y casi apostaría que aunque ambos nos deseamos lo mejor del mundo, sabemos que hoy estamos mejor separados.

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