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La Otra


Puta, zorra, perra, quita-maridos, …. La lista es larga. En el imaginario colectivo patriarcal existen dos tipos de mujeres : las casables y las putas. Entiéndase como casables aquellas con las que un hombre (el príncipe azul, perfecto caballero) decide formar una familia. Ella es – una vez más, dentro del concepto patriarcal – la mujer que el varón valorará sobre todas las cosas, mujer perfecta e invicta de pecado, una no la mires no la toques, merecedora de vivir en una catedral, la ‘only one’, ‘femme de ma vie’, quizás con una carrera que ejerza fuera de casa pero que no interfiera – oh no – con su rol de madre abnegada y esposa fiel y sobre todo – muy importante – que no opaque la imagen – y hasta triunfos – del marido.

La puta es, pues, todo lo contrario.

Hace unos días en las redes sociales circulaba una noticia de una esposa que atrapó al marido con la amante. La esposa, ciega de celos, decide dar una lección a la amante, humillándola rapándole los cabellos y sacándola desnuda a la calle. El castigo a la "mujer culpable de la infidelidad" del marido está hecho… ¿y el marido ? - después de todo, es el único que traicionó a la mujer en esta historia - …. Bien gracias.

Recuerdo la historia de una señora muy cercana, quien al descubrir la infidelidad del esposo, esperó pacientemente con un par de tijeras y chili picado, en la puerta del lugar donde éste se encontraba con la amante. Su plan era cortarle los cabellos a la amante y rociarle chili en los ojos y - si podía - en el sexo, "para que se le quite las ganas de buscar al marido de otra". Ante la violenta reacción, me pregunto ¿por qué vengarse con la persona que no tenía relación con ella ?, quiero decir, puedo entender, lejanamente, la cólera hacia él ¿pero hacia ella ?. No justifico la violencia, no digo que los tijerazos y el chili los merecía él. El amor patriarcal nos ha enseñado a odiarnos entre nosotras en una competencia continúa en favor y gracia del varón.

La sociedad patriarcal ha estigmatizado a la mujer a lo largo de su historia, satanizándo su sexualidad desde diversas fuentes de interpretación : la religión, historia, literatura, … La infidelidad de la mujer – tanto como ejecutora de infidelidad como ‘responsable’ de la infidelidad del hombre – es vista como mundano ; mientras que la infidelidad masculina se ha legitimado tanto que se ha convertido en un comportamiento normal aceptado socialmente y hasta aplaudido. Desde la luz de los tiempos, las mujeres hemos sido posicionadas como objetos de caos y de lujuria infiel. Un tratamiento del que los varones han salido bien librados. La infidelidad es un tema bastante complejo con tantas variables como respuestas que nos permite culpabilizar a muchos - en realidad, muchas, ya que las 'culpables' resultan ser siempre las mujeres - e inocentar a otros tantos - los varones -. Lo cierto es que la mujer sale siempre perdiendo y el varón, irresponsabilizado.

Desde el mito de Eva, culpable del pecado original, las mujeres hemos recibido un tratamiento misógino a lo largo de la historia y más aún cuando hacemos referencia al sexo – y cuando hablamos de infidelidad, el sexo está involucrado – Pensamos en Cleopatra, estigmatizada por sus infidelidades consideradas como la perdición de Julio César. A pocos historiadores les interesa saber las veces y formas en que Julio César le fue infiel a Cleopatra, después de todo, hombre es hombre y eso no puede opacar sus grandes logros. Cleopatra, sin embargo, es medida con otra varita, su rol de gran gobernante y líder de Egipto es ensombrecida por su papel de mujer seductora, lujuriosa y provocadora de caos. Imagen por la que es conocida.

El comportamiento misógino que se tiene frente a la infidelidad es un reflejo de la dinámica social que construye imágenes parcializadas de las mujeres en función del orden de género. Tanto en los libros de historia como en las grandes obras conocidas de literatura – escritas en su gran mayoría por varones – se construyen imagenes de las mujeres como fuentes de caos e infidelidad, el mismo que se subjetiva en el pensamiento cotidiano y se transmiten de unas generaciones a otras mediante el inconciente colectivo, reproduciendo la infidelidad conyugal femenina y legitimizando la masculina.

Debemos des-aprender dichas dinámicas que nos encierran en un círculo de estereotipos como mujeres. Debemos des-aprender ver a la mujer como fuente de pecado y amoralidad del varón. Desde pequeñas nos enseñan a 'cerrar las piernas para que no se nos vean las bragas, porque a una niña buena no se le ven las bragas", en la adolescencia se nos repite de "ir correctamente vestidas, sin llamar mucho la atención, si nos fastidian en la calle es nuestra culpa", de adultas se nos repite "una mujer decente no puede ser amiga de un varón", "una mujer decente no conversa con hombres casados", "una mujer decente no tienta a los varones"..... faltaría decir que a "una mujer decente pasa desapercibida por la vida" - no se mira, no se toca-. Una vez que des-aprendamos estas imagenes, seremos capaces de analizar una situación de infidelidad considerando todos los sujetos implicados, sus personalidades, expectativas, motivaciones, como seres individuales. Después de todo, culpabilizar a uno de los factores y/o irresponsabilizar al otro, será siempre limitante.

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