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Que no debes olvidar


Por las calles de Bruselas me cruzo con Ana Fernandez, poeta y novelista argentina, exiliada en Europa desde 1979. Llegué a ella gracias a Fragmentos de una Memoria, novela publicada en Argentina y traducida y re-publicada en francés bajo el título de Interdit de Mémoire, una reacción contra el olvido que intenta llenar un vacío en la memoria colectiva de lo sucedido en aquellos años de terrorismo de Estado en Argentina.

Cuando pregunto a Ana porqué la buscaron y qué la llevó a exiliarse me responde “realmente, nada, yo no hice nada. Trabajaba con niños, enseñando a escribir poesía y haciendo teatro en las villas de emergencia. Eso no gustó y tuve que irme”.

Antes de una novela

Durante las décadas de 1970 – 80, Argentina vivió una voraz dictadura militar con duras consecuencias sobre la población civil: decenas de miles de personas fueron detenidas, torturadas, asesinadas y desaparecidas o forzadas al exilio, como parte del plan de exterminio del gobierno militar, quienes atentaban contra los derechos humanos.

El número exacto de desaparecidos aún no ha sido establecido, sin embargo organismos de protección a los derechos humanos estiman la cantidad en unos 30 000. Hasta el 2007, la CONADEP (Comisión Nacional de Personas Desaparecidas) registró 15 000 víctimas y documentó 8.961 casos.

Entre los desaparecidos se encuentra un número de niños que se estiman entre 250 y 500, los cuales fueron adoptados ilegalmente, momentos después de su nacimiento en los centros clandestinos de detención. Existe una organización denominada Abuelas de Plaza de Mayo que se ha dedicado a localizarlos, y que ya ha encontrado a más de 100 nietos secuestrados por la dictadura.

Por estos crímenes, las tres juntas de comandantes que gobernaron el país entre 1976 y 1982 fueron juzgadas y condenadas en 1984. Otros responsables han sido enjuiciados y condenados tanto en Argentina como en otros países. Los procesos han continuado varias décadas después de los hechos.

Fragmentos de una memoria, de Ana Fernandez intenta recuperar el pasado que cada uno lleva consigo y que cuando se trata de la historia de una nación se convierte en memoria colectiva. El esfuerzo común para entender de dónde venimos y la dirección que seguimos, analizar el pasado y preguntarnos los por qués, y sobre todo qué hacer para que esto no vuelve a suceder. Ana nos dice “cuando me puse a escribir la novela, entendí que se había escrito mucho sobre el tema y sobre aquella época pero siempre con un enfoque histórico. Había que denunciar y explicar las atrocidades vividas en esa época. Si bien era necesario, se había descuidado la parte de la vida diaria de un exiliado que forma también parte de la historia”.

Fragmentos de adaptación

Cuando pregunto a Ana qué es lo que más sufrió durante su exilio, ella me confiesa “me arrancaron la mitad de mi vida!... Yo era maestra y desde que tengo memoria siempre quise serlo. Fui la maestra de mis muñecas mientras jugaba con ellas, estaba trazada para eso. Cuando llegué a Europa y veía los niños que iban a clases sentía un enorme vacío al no poder ir a clases con ellos. El exilio nos da la oportunidad de continuar viviendo, pero nos quita nuestra identidad. En nuestro país somos alguien, nos conocen y nos reconocen por hacer algo. Eres el médico de la cuadra, eres la enfermera de la posta médica, eres el periodista local, eres el bodeguero, el farmacéutico…eres la mamá de fulana, en mi caso, yo Ana Fernández era la maestra del barrio. De un día para otro ya no lo era más y pasé a ser un número. Ese corte de la realidad que yo viví, que vivimos todos, sobre todo los que llegamos a un país en el que había que aprender una lengua. Yo no sabía francés, tuve que aprenderlo. Era terrible: iba a comprar y no sabía el nombre de las cosas”.

El exilio también le enseñó a entender aún más su motivo de lucha social “tenía que mantener a mis cuatro hijos y un nieto. Tenía que ganarme el pan así que me gané la vida haciendo trabajos de limpieza. Soy una persona positiva y este cuadro me mostró que durante tantos años había luchado por la clase obrera pero sin haber vivido en carne propia sus realidades. Ahora, a kilómetros de distancia entendí mejor mi motivo de lucha. Ya no era un ideal teórico, lo estaba viviendo”.

Ana transformó el exilio en una filosofía de vida y aún sin ser maestra sigue enseñando “coordinar talleres literarios – lo que hace hoy en día – o trabajar hombro a hombro es compartir las herramientas que tengo. La literatura es mi pasión, espero dejar una herencia y despertar curiosidad en las personas, que encuentren placer en la escritura”.

Pregunto a Ana si aún se siente exiliada, fuera de su lugar “somos seres universales y el ser humano no está determinado por detalles físicos. Las consecuencias del exilio son como esas minas antipersonales que explotan cuando terminó el conflicto, por eso es importante seguir hablando y explicando lo sucedido’”.

Más sobre Ana:

Vive en Bruselas desde 1979. Ha participado en diversos eventos culturales y revistas literarias tanto de América Latina como de Europa. Ha sido galardonada con los siguientes premios: Premio Nacional de Poesía en Argentina (1964), Premio de Cuentos (Bélgica, 1980), Premio Prosa Joven Latinoamericana (Berlín, 1980) y Premio al mejor ensayo sobre poesía (Buenos Aires 1988)

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