top of page

Si hubiera conocido el feminismo antes


Nunca he sido una buena alumna, ni en el colegio ni en las dos universidades que estudié. No fue sorpresa entonces, que en una ocasión un profesor durante los primeros ciclos de mi carrera, me pidiera que me cambie de sitio porque no dejaba de conversar con mi compañera de lado. Lo malo no fue que lo pidiera- de hecho reconozco que estaba distraída- lo malo fue que lo hizo en medio de un barullo masculino que pedía con palmadas, gritos y silbidos que me parara. Yo entendí la situación y me avergoncé tanto que se me enrojeció la cara, le pedí que me permitiera quedarme, a lo que él respondió “pero sus compañeros lo piden” como si yo fuera el entretenimiento que ellos habían estado esperando. Me levanté, y con una sonrisa nerviosa, caminé hacia mi nuevo sitio escuchando todos esos silbidos chacoteros de machos en formación. No hice nada, no reclamé, ni siquiera me molesté; lo único que pude hacer es avergonzarme.

Si hubiera conocido el feminismo antes, o hubiera tenido acceso a una educación con enfoque de género, hubiera tenido las herramientas necesarias para saber que lo que hizo el profesor es avalar y propiciar que se me agreda. Con frecuencia nos preguntamos por qué las mujeres nos dejamos maltratar, por qué no “nos hacemos respetar” (como si el respeto fuera algo que te tienes que ganar); y la respuesta es sencilla: no nos enseñaron.

A lo largo de mis 28 años, debo reconocer con vergüenza que he ejercido violencia machista hacia otras mujeres; que para desvalorizar a otras mujeres me he creído más bonita o más delgada o más inteligente; que las he descalificado por su forma de vestir o actuar; que las he insultado o he permitido que las insulten. He asumido también, que merezco que no me tomen en serio, o que me juzguen o etiqueten de alguna manera por cómo he llevado mi vida sentimental.Me he sentido obligada a excusarme o a dar explicaciones por decisiones que solo me competen a mí. He aceptado resignada no tener las mismas oportunidades que compañeros o familiares varones; he aprendido a convivir con mi impotencia, con mi rabia y con culpa.

De la activista feminista española Alicia Murillo aprendí la frase “las mujeres no somos víctimas pasivas, sino receptoras de violencia”. Somos receptoras de las violencias patriarcales desde que nacemos, las interiorizamos mientras crecemos, las normalizamos y las repercutimos. Si hubiera conocido el feminismo antes, no solo hubiera contado con armas de defensa contra ellas, sino hubiera ocasionado menos dolor a las mujeres con las que he compartido etapas de mi vida.

Para hacerle frente al patriarcado primero hay que aprender a reconocer y nombrar las violencias, porque no podemos defendernos de algo que no sabemos que está mal. Para dejar de atacarnos entre mujeres, para dejar de etiquetarnos e insultarnos; primero debemos cuestionarnos y asumirnos también como parte del problema, porque si somos parte del problema también somos parte de la solución. En este proceso de re-conocimiento de una misma dentro de la sociedad, el feminismo es indispensable. No podemos combatir la violencia sin feminismo, no podemos volver a confiar en nosotras mismas sin feminismo, no vamos a sobrevivir sin feminismo.

bottom of page