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Violencia para controlar


La violencia contra las mujeres tiene efectos tangibles en sus vidas. La principal consecuencia de la violencia es que las mujeres se retraen de la esfera pública y se vuelven hacia dentro con temor. Cada cierto tiempo, se dan ciertas reacciones a la liberación de las mujeres para que vuelvan a ser los “ángeles del hogar”. La invención de una sexología patologizante y del castigo social frente a una sexualidad no heteronormativa es solo un ejemplo de las reacciones que originan las mujeres libres: todas aquellas que se atrevían a salir a las calles a protestar y resistían a la represión policial podían ser “acusadas” de lesbianas, la peor ignominia antes de la globalización de la información y la efervescente visibilización del lesbianismo en las últimas décadas, categoría sexual a la que aún muchas mujeres le temen.

La lesbiana era el arquetipo de la mujer que no necesitaba a los hombres para sobrevivir, ni como compañero sentimental ni como benefactor económico ni como satisfactor sexual. Frente a ella, el hombre perdía todo su poder, no le quedaba nada… nada más que utilizar todo su poder simbólico para convertirla en un monstruo violento, asesino y perturbado por la envidia del pene, que vive recorriendo el mundo para pervertir adolescentes y jóvenes mujeres que caen en sus garras.

La violencia contra las mujeres se constituye en una pedagogía. Te enseña tu lugar en el mundo, cuáles son los pasos que debes de dar, las cosas que debes de decir, tu forma de relacionarte con los hombres y con las otras mujeres, tu relación con la autoridad y con el poder, y frente a los intentos de rebelarte a esa educación sentimental, te muestra las consecuencias físicas, verbales, psicológicas y simbólicas de esa rebelión.

Las formas diferenciadas en las que hombres y mujeres orinamos se convierten en un vivido ejemplo de esta pedagogía. Las mujeres, desde muy pequeñas, saben que deben orinar en un baño a puertas cerradas cuidando sus partes íntimas para que nadie las vea, para que nadie las toque, para no ser abusadas. Los hombres, desde muy pequeños, saben que pueden orinar frente a todo el mundo, con su miembro al aire, sin importar mucho quién los vea o dónde orinan. Esa apropiación de las calles con tranquilidad frente a la necesidad de las mujeres de buscar baños cuando salen a las calles configura un estar en el mundo con una preocupación más de las que ya viven. Es en el uso del cuerpo en donde más efectiva se hace la violencia simbólica y la falta de poder de las mujeres.

La violencia contra las mujeres es una forma de control y disciplinamiento. Las mujeres causan miedos profundos al poder, poder que se ha materializado históricamente en la vida de los hombres. Ese poder se niega a ser mellado por seres a los que progresivamente ha convertido en inferiores, subalternos y abyectos. Ese miedo a perder este poder (privilegios, estatus, autoridad, masculinidad) se convierte en un reactivo que genera una consecuencia: la expulsión violenta de las mujeres de la esfera pública, que es donde se manifiesta el poder hacia los demás, o el exterminio de estas en la esfera privada, que es donde se manifiesta al círculo íntimo familiar y se propaga como un legado de violencia.

Cuando una mujer tiene poder, el que por siglos le ha pertenecido a los hombres, y ese poder que tiene no sirve a los intereses de algunos hombres o de algún autoritarismo, es brutalmente atacada sobre la base de las características que el mismo poder ha construido sobre ella: sobre su ser mujer. El acoso político entonces se convierte en una herramienta para sacar a las mujeres del espacio de poder en el que los hombres ven menguado el propio y para que no vuelva, para que regrese a su casa, a sus hijos, a su vida personal y familiar, a sus quehaceres diarios. El lugar en donde muchos creen que no debió salir.

El acoso político actúa sobre las mujeres que hacen política vulnerando su propia construcción de mujer, se basa en cuestiones íntimas y obliga a la mujer atacada a subsumirse en lo personal para intentar defenderse. Esto es algo que no suele pasarles a los hombres, a ellos no les dirán “prostitutos” o que lograron algo “gracias a sus encantos”, con ellos el estatus de poder continúa indemne. Para el imaginario social machista, para el “machinario”, la prostitución y el uso de los encantos son tácticas femeninas heredadas con el paso del tiempo, porque las mujeres no tienen otras capacidades más que su cuerpo o su belleza para conseguir sus objetivos.

A las mujeres les dirán chismosas y mentirosas porque esos son calificativos históricos para las mujeres. En el machinario, cuando varias mujeres se reúnen es para chismosear; en el relacionamiento afectivo, las mujeres mienten para ganar algo más, para quitarle el marido a la amiga, para pasar por encima de todos. Y si no resuelven las cosas gracias a las enormes maldades que pasan por sus mentes, entonces usan otra táctica, el llanto y el capricho, porque quieren ganarlo todo, devorar al hombre, quitarle su poder, a través de las lágrimas o la terquedad. En el machinario, la mujer quiere la plata del hombre, quiere quitarle todo, “sin haber trabajado por ello” y ellos eso no lo van a permitir, incluso arruinando un proyecto nacional que no les pertenece, arrogándose autoridad y propiedad sobre este, como por sobre el cuerpo de las mujeres.

El machinario no puede aceptar que esas actitudes no tienen género, el machinario tiene que producir, reproducir y perpetuar esas actitudes como femeninas. El objetivo es claro: que las mujeres no participen, que vivan con miedo, que se escondan, que se retraigan, que declinen, que se desesperancen, que se silencien, que desaparezcan. Y por eso mismo, porque el objetivo es claro, nuestra respuesta también debe ser clara: no dejaremos que nos metan miedo, seguiremos participando en política, seguiremos disputando en “sus espacios” porque esos espacios son nuestros, y estaremos ahí para llenarlos del poder de las mujeres y para asustar a su machista interior. ¿Querían sacarnos? Pues no lo lograron, ni hoy, ni ayer, ni mañana, más mujeres entrarán en la política para enrostrarles su machismo y decirles que no lo lograrán, que seguiremos firmes y unidas porque ninguna revolución es posible sin las mujeres, así que díganles a su machista interior que esta es otra batalla perdida para ustedes.

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