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Ser mujer en el Perú


Las peruanas estamos en tiempos de rebelión, por fin. El año pasado participamos en la marcha Ni Una Menos Perú para evitar la violencia contra nosotras, estamos de lo más lisas, ya era hora. En su momento, nuestro siempre prudente y conciliador Cardenal dijo que algunas mujeres se ponen en escaparate al ventilar su sexualidad en televisión como si se tratara de algo de interés nacional, y algo así como que por eso estamos todas más expuestas a ser víctimas de abusos. Mmmm…este cura debería saber que a las mujeres peruanas nos agreden desde niñas, todos los días, de todas las formas, nos pongamos en ‘escaparate’ o no, salgamos en la tele medio calatas* o no, seamos puritanas o de calzón flojo.

Cuando era chiquita y me daban mi propina semanal, salía disparada a comprar chocolates y comics de Archie. En las bodegas de alrededor de mi casa siempre, pero siempre, había un par de borrachines de esquina, los que chupan chela* en la vereda creyéndose bien bacanes*. Recuerdo clarito sus caras aunque han pasado miles de años, podría reconocerlos hoy. Por ley, no de vez en cuando, sino por ley, empezaban fiufiu flaquita rica, ven mamita, ¿por qué tan solita? etc. Miradas de arriba a abajo con lascivia, como si una niña en uniforme escolar no fuera una personita sino un objeto hecho para su deleite enfermo. Era tanto y tan atemorizante el escándalo que hacían, que evitaba ir, le pedía a mi Nana que me comprara los chocolates o iba con mi hermano, de colada si él salía. Nunca me quejé ni los acusé, porque era algo ‘normal’, algo así como parte de ser mujer, aunque no era mujer, era una niña. Un día, estando con mi Nana en el centro de la ciudad un fulano me sobó el poto* mientras me dedicaba la misma mirada de los bacanes de la esquina de mi casa. Me quedé helada porque era tan chiquita que mi mente no asociaba el poto con nada interesante. No dije nada porque me morí de la vergüenza, pero desde ahí aprendí a evitar las multitudes. En esa misma época a una chiquita conocida mía un fulano le agarró la pierna en el cine.

Eran los tiempos en los que la política era importante para casi todos y mis papás nos llevaban a los mítines y las caravanas cuando llegaba su candidato a Arequipa*. Salíamos en familia en el auto a celebrar, con bocinazos y medio cuerpo afuera con la bandera, ¡Viva el Perú carajo, ra,ra,ra! Hasta un día en que de la multitud salió una mano, se metió dentro de nuestro carro y agarró la chichi de mi hermana que era adolescente. Me acuerdo del grito, el susto de todos, la furia de mi papá, el arañón en el pecho de mi hermana, en fin… nunca más mi papá nos llevó a esos eventos. Una noche mis papás me llevaron al teatro municipal, felices los tres, muy elegantes. Era una presentación de ballet. Cuán chiquita sería que recuerdo clarito que tenía puesto un vestido bordado con nido de abeja. A la salida de la función, camino a la cochera en pleno centro de Arequipa, un borracho taaaan borracho que no vio a mi papá, se paró frente a mí mirándome como loco y no me dejaba caminar. La cosa pareció terminar cuando mi papá lo alzó de los hombros y lo soltó en la pista…pero el borracho se le colgó en la espalda como un mono. Gracias a Dios pasó un policía vestido de civil, se identificó, se llevó al loco y nos dejó a los tres en estado de nervios total.

Cuando mi generación era adolescente y había algún concierto, los chicos se paraban detrás de las chicas para evitar las ‘metidas de mano’. Mi queridísimo Chato Tejada cuidaba mi inexistente retaguardia (a mí el desarrollo me llegó a los cuarenta) mientras saltábamos y nos loqueábamos. Yo estudiaba en una academia a la que iba todas las tardes y para llegar tenía que pasar por una comisaría*, tooodas las tardes de Dios. Era espeluznante. Los dos policías de la puerta, los de adentro, todiiitos salían para gritar y/o susurrar: mamita rica, flaquita, ven pa’cá, fiu fiu, te acompaño mamacita. Ahí si me quejé con mi papá... y se murió de la risa. Mi papá, que hubiera sido capaz de matar a cualquiera que me lastimara, se carcajeaba a mandíbula batiente. Y es que así se pensaba entonces: los sirios de esquina vienen con el paisaje, no hay nada que hacer. Ah, bueno, los policías. Como mi papá no me hizo caso y no mató ni a uno, una tarde decidí que en vez de pasar por ahí daría una vueltasa para evitarme el mal rato. Y bueno pues, lo hice, y un viejo, requeteviejo, que estaba en la puerta de su casa me agarró la teta derecha. En serio. Llegué a la conclusión de que por lo menos los policías no tocaban. Mi mejor amiga tiene un poto que parecen dos. A ella siempre le fue peor que a mí. En esos mismos tiempos, una mujer de mi familia caminaba por el centro a plena luz del día en la víspera de su matrimonio y juácate le metieron la mano, prácticamente la levantaron en peso desde la entrepierna. Recuerdo su llanto clarito.

Ahora que somos grandes, mi prima chiquita tiene las piernas más lindas del mundo. Si yo las tuviera andaría todo el día en minifalda aunque muriera de pulmonía. Pero ella casi no usa falda. Le pregunté por qué. Me dijo: ¿te imaginas con falda en bus o caminando en la calle? Si, lo imagino. Una de mis hermanas vio una vez a un fulano maltratando a un cachorrito. Defendió al perrito y le cayó a ella. La hicieron volar por los aires. Y al tipo no le pasó nada. Nada.

Hace un par de años pasé un tiempo viviendo en la playa, en un pueblo chiquito y hermoso, en un departamento frente al mar, en una urbanización medio desierta. Maravilloso, mi sueño hecho realidad. Hasta que una noche estando sola se metió un tipo por el balcón. Abrí el ojo y había un fulano parado al ladito de mi cama. Salté hasta el techo y estoy convencida de que los espíritus de mi papá y mi hermano aparecieron, porque el invasor se tiró por la ventana. No creo que Pimienta (que no llega ni a treinta centímetros de alto) erizada y ladrando y yo con los ojos desorbitados y blandiendo el bastón de mi papá con cara de poseída fuéramos tan aterradoras, o a lo mejor sí, ojalá. Luego de unos días llegó una de mis hermanas a estar conmigo. Casi se muere del susto porque consideró que todo era ‘demasiado solitario’ y por ende demasiado peligroso. Ella, una mujer valiente a la que admiro por su inmensa fortaleza no se atrevía a caminar por las calles en las que yo vivía.

No conozco a una sola peruana a la que no le hayan metido la mano en la calle alguna vez. Por eso es bueno que por fin estemos reaccionando. De la obscenidad susurrada o gritada en la calle, a la metida de mano, al golpe o la violación hay sólo un paso. Nadie tiene derecho a intimidarnos ni con la mirada ni con la palabra ni con la acción. Es inaceptable que mujeres hechas y derechas no puedan hacer cosas por ser ‘sólo una mujer’. Ser mujer es suficiente. No deberíamos necesitar guardianes. Vivir con miedo es inaceptable.

* chela : cerveza

* bacanes : creerse el genial

* calatas: peruanismo para ‘desnudas’.

* poto: peruanismo para ‘culo’.

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