La mayoría de las personas están acostumbradas a tener por lo menos dos nombres: un nombre personal (primero) y un apellido o apellidos. Históricamente, los apellidos han desempeñado un papel fascinante e importante en la sociedad, proporcionando señales instantáneas de antecedentes de una persona y la posición social. No todas las culturas usan apellidos; en las que lo hacen, estos sirven para ubicar a las personas dentro de una determinada familia o tribu para establecer la identidad, la credibilidad y valor social.
El apellido te identifica; pero ¿qué pasa cuando el apellido que llevas no te representa? ¿Es justo llevarlo con honor?
Hace poco mi hija de 8 años me enseñó una gran lección, ella pidió cambiarse de apellido, llegó a entender, que el apellido que lleva no la representa, que no se siente ninguna relación con alguien que ni siquiera la conoce. Mi niña, de 8 años, esperó y esperó, hasta que se cansó y decidió que lo correcto sería llevar el apellido de su papá, aquel hombre que la educa, que la conoce y que la ama.
Mi hija tuvo de donde sacar una solución, hay muchos niños y niñas que no, que tienen que cargar con el apellido de un desconocido, y para el niñ@ existe ese vacío. Sin tíos, primos, hermanos, abuelos, etc. de donde sacar información para poder validarse ni compararse, cargan con un apellido que no los representa y que muchos, si pudieran cambiarían por el de su madre o de las personas que sí.
Ya en otros países han abierto la posibilidad de que l@s hij@s puedan llevar el apellido materno, previo consenso, quizá así nuestros niñ@s puedan sentirse orgullos@s de llevar el apellido que realmente los representa, porque al final son ellos los que merecen vivir feliz, seguros y orgullosos de sus nombres y apellidos. ¿Qué hacer? Si los hombres asumieran con responsabilidad l@s hij@s que abandonan, no sería necesario que las madres impongan sus apellidos para probar la relación de paternidad.
El año pasado en México, una madre logró lo que parecía imposible: dar su apellido a su hija: