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8 de marzo y K


Son las 6 am cuando suena la alarma del móvil, la programo para 15 minutos después, esperando disfrutar de la ilusión de un descanso extra; cuando vuelve a sonar parece que apenas cerré los ojos, pero no puedo evadirme más. Arropo a K, le pongo a Minnie más cerca y bajo las escaleras a la cocina.

No sé bien por donde empezar, pierdo 5 minutos más vagando por la cocina y la sala sin ubicarme y decidir que hacer primero.

Hay hormigas en la sala donde K dejó anoche restos de alfajor, no tengo tiempo de limpiar, ni de recoger el tiradero que hay, me prometo hacerlo en la noche cuando llegue del trabajo, igual que lavar la ropa; aunque sea un poquito, aunque sea mi calzón; para no arrepentirme cuando salgo de la ducha por la mañana.

Al final me decido por preparar el desayuno, mientras acomodo las cosas en la mochila de K y en mi bolso, saco mucha basura de este último y me reprocho por enésima vez no ser más ordenada, me ahorraría mucho tiempo. Del mismo modo en que me reprocho no comer más sano o hacer más actividad física, "por salud", me repito como mantra, escondiendo los resagos patriarcales.

Despierto a K a cosquillas y dejo su ropa al lado indicándole como debe vestirse, me aseguro de dejarla despierta y vuelvo a bajar, salgo al patio trasero a recoger la toalla del cordel, y recuerdo que voy en ropa interior y que el vecino suele subir a su techo por la mañana, la descuelgo y me cubro con ella, echo una ojeada a todo, hay trabajo que hacer en el jardín, escombros que quitar, plantas que sembrar y basura por sacar; pero no puedo ahora mismo, quizás el domingo por la tarde en lugar de vegetar frente a la tv.

Le pongo a K fruta y agua en la lonchera, lleno en mi bolso mi botella con agua también, sirvo el desayuno, para nosotras y la gata y voy a ver como va mi pequeña.

Está cantando bajito algo que no entiendo, hasta que termino de subir y escucho claramente "eres mi persona favorita", la ternura que me invade se esfuma cuando me doy cuenta que se ha olvidado de ponerse el traje de baño bajo la ropa; hoy es su primera clase de natación y no podré estar con ella porque tengo que trabajar, respiro; le quito la ropa y se la vuelvo a poner esta vez en el orden correcto. Se me escapa el primer carajo del día.

Bajamos, nos cepillamos los dientes y sentamos a la mesa, tengo que apurarla de forma que supongo odiosa para que se coma rápido la tortilla, yo acabo primero y me meto a la ducha, me sigue y quiere que le de de comer en la boca, conciliamos y he perdido un par de minutos más. Ya no me lavo el cabello.

La peino a la volada y me cambio a la misma velocidad, había dejado la ropa lista la noche anterior, bendita sea.

Atrás quedaron los rituales en que me llenaba de crema, luego de secarme con paciencia, para perfumarme después. Todo tiene que ser funcional, la ropa, los zapatos y las rutinas de cuidado personal.

Salimos a la calle, y tomamos una combi, el asiento reservado está libre y dispongo de el, a mi lado va una señora muy amable que le hace sitio a K en medio de las dos, la abraza por la cintura de forma protectora al verme ocupada con los bolsos, mis alertas se relajan, no hay lugar más seguro que los brazos de una mujer.

En el camino hasta el jardín de K atravesamos la ciudad empapada, pasamos por dos mercados en los que desde muy temprano empieza la actividad, veo muchas mujeres cargando en sus espaldas a sus bebés de esa forma tradicional peruana, una de ellas barre el agua enlodada de donde debería colocar el carrito donde vende huevos de codorniz, más allá una desayuna de pie con el hijo colgando inconsciente y desmadejado en su espalda, hay una cantidad sorprendente de mujeres ambulantes, informales, de 100 personas con empleo adecuado solo 36 son mujeres. Muchas de ellas trabajan con sus hijas e hijos encima, cargándolos todo el día en sus espaldas, la sola idea de llevar a K al trabajo después de clases me agota, mi espalda punza recordándome la dolencia crónica, que más de 40 de cada 100 mujeres padecemos.

Llegamos por fin, solo con 10 minutos de retraso, se despide de mí, se va a jugar y me siento en el vestíbulo a esperar un poco. El trabajo empieza mucho después.

Todas las maestras son mujeres, siendo el país en tercer lugar de violaciones en todo el mundo no pueden reprocharnos ser "prejuiciosas", porque es más bien prevención, que sería innecesaria si tan solo dejaran de hacer daño a las niñas y mujeres del país.

K se siente cómoda, recomiendo de muchas maneras su seguridad a las profesoras, me tranquilizan con sonrisas XL y palabras de aliento, no me siento completamente tranquila, pero mi ansiedad se reduce, me marcho y como tengo algunos minutos busco un museo conocido para ver una nueva muestra, lo encuentro cerrado y frustrada camino al trabajo, abro el kiosko, limpio, ordeno, acabo un dibujo y decido escribir esto, pensando seriamente en que estoy agotada y necesito otro trabajo, en lo difícil que será considerando que soy madre soltera, en lo poco que ganaré, en lo poco que gano hoy, en que igual ganaré menos que algún hombre en el mismo puesto y que si decido ser independiente las veré a cuadros con la fiscalización, con la inestabilidad, la inseguridad a largo plazo, la jornada de 9 horas 15 minutos extras semanales en labores no remuneradas en las que incurro semanalmente por el solo hecho de ser mujer.

Tendría mucho sentido parar este 8 de marzo, solo piensen en los efectos de hacerlo; el vacío y estropicio sin nuestro trabajo gratuito, asalariado, independiente, informal y ambulatorio.

Por lo pronto tengo que moverme, es casi la hora de recoger a K, nos espera un largo día, como lo son todos.

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