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Madre feminista, hija feminista

El profesor de mi hija me había comentado, entre risas, una anécdota en clase, hablaban de religión y preguntaron a los niños qué religión practicaban en sus familias – para contexto, vivo en Bélgica -. Entonces cada quien respondía, católico, musulmán, judío, protestante, etc etc. En casa no practicamos ninguna religión, así que, mi Léa no estaba muy acostumbrada, digamos con el concepto. Al llegar su turno, ella respondió “no sé, pero mi mamá es feminista y yo también”.

Léa acaba de cumplir 9 años y es el personaje principal quien me volcó al feminismo. Cuando parí a mi hija tuve las ideas bastante claras, ella no volvería a pasar por lo que las mujeres de mi entorno pasaron. Me lo puse como moto de vida. Y todo fue desarrollándose poco a poco. Supongo que siempre fui feminista, cómo no serlo. Sin embargo durante un tiempo formé parte del grupo que se hace llamar humanista, con el clásico slogan, soy humanista no feminista. Aún golpeo mi no católico pecho por la ignorancia.

El feminismo lo aprendí y lo sigo aprendiendo, es todo un proceso continuo no solo de teorías sino de empatía a realidades diversas de mujeres diversas. El feminismo es más que un discurso, es un modo de vida, y se aplica al respeto de otras mujeres en su globalidad (sus realidades, sus toma de decisiones) es una puerta abierta a un mundo. El feminismo no es lanzar conceptos en el día a día, el feminismo es comportamiento y una es feminista hasta cuando duerme.

Entonces, supongo que, Léa no se equivocó del todo al señalar al feminismo como una quasi religión en nuestro pequeño departamento bruselense compartido con un perro y una gata. Una madre feminista cría una hija feminista porque la crianza se realiza en feminismo.

Maternizar en feminismo no son dos conceptos divergentes. Al respeto que se tiene hacia las mujeres que deciden no ser madres existe también el respeto a aquellas que toman la decisión de serlo y acá cargamos una misión de más: Pregonar con el ejemplo.

Y no es sencillo. Porque sabido es, que las palabras salen más fácil que los actos. Entonces, criar nuestrxs hijxs en feminismo nos significa una tarea diaria de mirarnos al espejo, analizarnos, trabajar y retrabajar comportamientos aprendidos y ahincados – casi – genéticamente. La maternidad feminista consiste en reconocer las barreras que enfrentan las mujeres, así como las suposiciones de género, los problemas de clase y raza.

A medida que mi hija crece puedo ver las mismas expectativas de los estereotipos femeninos que me inculcaron de niña buscan invadir su día a día “una niña no salta así”, “¿cuál Barbie prefieres?”, “corres por todos lados pareces un niño”. Entonces todos mis deseos de maternidad tal y como yo la percibía fue tornándose de un color púrpura feminista.

Sabía lo que quería para Léa: un ejemplo de feminidad no restringida por el discurso patriarcal y costumbres socioculturales desactualizados.

Ser una madre feminista permite reconocer mis propias necesidades al mismo tiempo que las de mi hija, teniendo la certitud y confianza de actuar en concordancia a ellos. Léa tiene un gran interés por ciencias y artes marciales, una vez le dijeron que era algo inusual en una niña. Siendo hija de una madre feminista, ella pudo responder a estos comentarios reconociéndolos como estereotipos de la expectativa de género.

En contraste con mi educación, mis orígenes y mi experiencia de vida, la de mi hija se caracteriza por la agencia personal, el empoderamiento y la autoconciencia. Estos son rasgos de desarrollo del carácter que le permiten reconocer, por ejemplo, que los problemas de la imagen del cuerpo femenino son creados por la sociedad y no son un esencialismo de ser una niña <mujer>.

Aunque no todo es arcoíris y mariposas. Ser extranjera, feminista y madre de una niña de orígenes mixtos puede ser una experiencia confusa y es, un desafío personal. Cargo conmigo una maleta cultural latinoamericana y puede ser a veces, el origen de un continuo choque cultural interno, comparando mis propios mensajes culturales internalizados versus lo aprendido durante mis tres décadas de vida.

Mi yo feminista está entretejida en cada acto de mi maternidad. Léa a los 9 años es totalmente diferente a mi cuando tenía su edad. Ella ya es consciente de sus fortalezas y se siente segura de defenderse frente a estereotipos cuando los tiene al frente. Entonces, siento cierto grado de liberación al saber que no tengo que seguir modelos patriarcales de maternidad, limitantes tanto con mi personalidad formada como en la personalidad en formación de mi hija.

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