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Bogotá mejor para todos Y TODAS


Hace poco me pasaron un artículo de opinión con el dudoso título “La decadencia del lenguaje incluyente”. Después de aguantar casi mil palabras de “mansplaining”, me puse a investigar un poco el caso. Se trata de la aplicación del Acuerdo número 381, aprobado el 30 de junio del 2009 para promover el uso del lenguaje incluyente y obligar a entidades gubernamentales a utilizarlo en documentación oficial. Con base en este acuerdo, según un fallo reciente la Alcaldía Mayor de Bogotá debe modificar su lema “Bogotá mejor para todos” para hacerlo más incluyente: “Bogotá mejor para todos y todas”. Al parecer, estas dos palabras tan pequeñas han suscitado una verdadera controversia en la adopción de lenguaje incluyente y sus llamados “límites”.

En su artículo, el estimado señor José Fernando Flórez se arma un gran escándalo. Nos advierte de los posibles peligros del uso generalizado de lenguaje incluyente, tales como el de vernos obligados a hablar en forma artificial (llegando al extremo de compararlo con el régimen del Terror en Francia en el siglo XVII), de sabotear la eficiencia básica del español, de comprometer la inteligibilidad de los mensajes gubernamentales, del gasto innecesario, y de quedarnos tan ridículos como los venezolanos. Dios mío.

Además, el autor demuestra una ceguera increíble al suponer que la modificación propuesta se trata de una malinterpretación de las funciones gramaticales de la palabra “todos”; ignora por completo la complejidad del asunto. Da risa, y hasta lástima, su lamento por la “falta de perspicacia idiomática” de la que padecen tanto el Concejo distrital como el juez que falló el caso. Simplificando así el problema, le es fácil al autor reducir los que apoyan la adición de “todas” a bobos que ni siquiera saben manejar su propio idioma; muestra clásica de una técnica que se conoce en inglés como el descarrilamiento (derailing). Otro ejemplo clarísimo es su uso de argumentos que nada tienen que ver, como el de “hay tantas cosas urgentes por resolver”, minimizando así la importancia del problema en cuestión. Ante tal polémica, la propia RAE se vio obligada a intervenir para asegurarnos que “En español…el masculino gramatical es el término no marcado en la oposición de género…por lo tanto, la forma “todos” engloba a hombre y mujeres”.

No obstante, lo que ambos no logran entender es que no estamos hablando de si la palabra “todos” puede o no abarcar ambos géneros – claramente puede – no hace falta explicar que, con un análisis tan reduccionista, un punto de vista tan básico, el “todas” es redundante. Al contrario, lo que hay que cuestionarse es el porqué. ¿Por qué es el masculino el término “no marcado”? ¿Por qué seguimos apoyando esta desaparición de lo femenino? ¿Por qué resulta tan pero tan polémica la sugerencia de agregar dos palabras a un lema? Habla mucho de la sociedad en la que vivimos, que hay tanta resistencia ante algo tan pequeño y más que todo simbólico.

Como afirma Susana Rodríguez Caro, Defensora delegada para derechos de las mujeres y asuntos de género, utilizar solo el “todos” es “aceptar y reforzar lo masculino como equivalente de lo universal, lo cual implica un retroceso en materia del reconocimiento y respeto de los derechos de las mujeres, por el que tanto han trabajado a lo largo de la historia numerosas mujeres y organizaciones defensoras de los derechos humanos”.

Al argumento de dañar la eficiencia del idioma, la única respuesta que tengo es que me parece absurdo – casi increíble – la noción de que la eficiencia gramática (lo que sea que esto signifique) pudiera tener más valor e importancia que la inclusión, respecto y bienestar de una persona o de un grupo marginado.

Solo porque algo es parte de la gramática de un idioma, no quiere decir que no se puede o que no se debe cambiar. Por ejemplo, en inglés hay muchas palabras que se utilizaron hace 50 años que hoy en día son consideradas sumamente racistas, por lo tanto, la discusión sobre “todos y todas” no se trata de un mal uso del español, sino el reconocimiento y cuestionamiento de su sexismo inherente. Los idiomas no son fijos: son mutables y deben evolucionar para representar mejor a (TODAS) las personas que los utilicen.

Artículo original publicado en el blog de Vicky.

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