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Desde la disidencia económica


Cada vez más mujeres optan por los emprendimientos, los negocios propios y la autogestión; no solo para sobrevivir en un sistema capitalista que es implacable y cuyas brechas nos golpean más fuerte a nosotras, sino como una forma de lucha y muy dura.

No es algo nuevo que las mujeres hagamos eso, pero hablemos aquí de aquellas que cambiamos de rumbo después de estar inmersas en el sistema.

Artesanas, artistas, innovadoras, intelectuales, todas movidas por la necesidad monetaria y la de conjugar en la mayoría de casos la maternidad y la autonomía económica, para dejar de sacrificar, pero sacrificando en el camino y haciendo malabares con horarios, trabajo doméstico no remunerado y la responsabilidad absoluta sobre hijas e hijos.

La carga laboral no disminuye en estos casos, la ropa sucia se acumula mientras se atienden los pedidos, y la comida tarda porque el concepto de horario laboral se diluye en casa.

Pero a pesar del ardor en la espalda, de los plazos por cumplir, del constante "mamá, mamá" y la casa desordenada que grita con urgencia existe un ingrediente en nuestros trabajos, una causa que no 'solo' politiza los productos o servicios, es más bien una vida politizada manifestada en ellos.

En este episodio de nuestras vidas abrimos los ojos a las diferentes formas de violencia económica de las que somos víctimas y que hemos ejercido de forma inconsciente. A veces es necesario estar en la piel de la vulnerable para mirar de forma objetiva la magnitud de nuestras costumbres económicas y de forma específica las acciones que concretamente contribuyen al empobrecimiento de muchas mujeres.

Ejemplos de ello son la tercerización de las tareas domésticas, porque aún está permitida la explotación de mujeres y niñas.

La no valoración del trabajo ajeno, el pedir rebajas sobre productos o servicios de negocios independientes, de mujeres que la tienen difícil para darle un valor monetario a su creatividad, arte, artesanía, etc y que peor aún sienten disminuido su empuje cuando alguien considera que cobra demasiado sin tener en cuenta el intangible invertido.

Y así podríamos seguir enumerando acciones concretas que podemos desterrar de nuestra vida diaria para además de dejar de ejercer violencia económica contribuir con los negocios independientes detrás de los cuales en su mayoría hay mujeres y madres autónomas.

Discursar desde la disidencia económica no es fácil, hay que hacer espacio en la saturada agenda, recordar 'Una habitación propia' y redimensionar de una forma más consciente y consecuente el valor de nuestro tiempo.

Es sentir que la casualidad te puso en este contexto y de pronto entender que la lucha es una forma de vida, en la subsistencia, el trabajo, las relaciones familiares y sexoafectivas. Es mirar alrededor y comprender que en algún momento te detuviste y comenzaste a marchar contra corriente, porque el sistema y sus falencias eran inaguantables y aunque ínfimo tu aporte es necesario.

Somos las que hacemos trueques, las que reciclamos, las que hablan de esclavitud doméstica en lugar de tareas reproductivas, las que venden lo que hacen con sus manos, las que estampan sus sentires y su alma, las que pintan y bordan, las que eligen como forma de vida la disidencia, porque el feminismo se lucha desde todas las trincheras.

(*) Puede conocer el trabajo de Kem en su página Kem Novedades Online.

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