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Mujeres en párrafo


A mediados de los años cuarenta del siglo pasado, Luisa sacó adelante a sus hijos ‘sola’, luego de que San Pedro convocara a su esposo sin aviso previo. El difunto repentino andaba en los preparativos para llevar a su familia a vivir a Europa definitivamente, cuando un infarto se lo llevó de sopetón y privó a sus descendientes del honor de conocer a un hombre muy hombre. Al inmenso dolor de su pérdida, Luisa tuvo que sumar la titánica tarea de encargarse de una prole numerosa, ruidosa, de distintas edades y cordura cuestionable. Ante la intransigencia de la muerte, ella congregó a sus hermanas, las solteras lindas (‘no hubo un porfiado’), y entre todas conformaron el matriarcado que crió a la sarta de locos y logró que llegaran a adultos enteros, salvo por el tornillo que siempre les faltó.

La Guti tenía más o menos seis años y siguiendo su naturaleza de *metete, salió, sin invitación, detrás de su hermana mayor, que fue a la calle a conversar con las vecinas de enfrente. La Mini Guti había imaginado que la conversa sería sabrosa pero no lo fue, la aburrió, se dio vuelta y arrancó a correr hacia su casa. Un grito la detuvo: ‘Eeel Traaanvíiiaaa’; desconcertada, volteó y entendió: el tranvía estaba a punto de atropellarla. No usó los segundos que la separaban de un apachurramiento fatal para saltar hacia un costado, no; la Mini Guti levantó la mano derecha y gritó ‘AAALTOOO’, como si una niña de seis años y quince kilos pudiera detener al armatoste con la fuerza de su voluntad. El conductor del tranvía vio a la niña y pensó: ay Dios, ésta no sólo es ciega sino loca; logró frenar pero impactó al cuerpecito, le dio un empujón. Cuando La Mini Guti recuperó la conciencia estaba echada en la cama de su mamá, con un montón de pares de ojos contemplándola. Su hermana mayor le dijo ‘Serás burra, ¿no podías esquivarlo?’; su mamá, con el médico de la familia al costado, le dio un caramelo en forma de trompo, aliviada al verificar que todos los huesos del terror de los choferes de tranvía estaban donde debían.

Varios años después, cuando La Guti era adolescente, en clase de religión en el colegio, oía al profesor, un sacerdote amigo de sus tías. El cura caminaba por el salón: ‘…porque en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el ma…’ ‘Mentiiiira’, decía una vocecita desde la parte de atrás del salón. Sin perder la paciencia, el cura seguía, ‘Dios creó al hombre a imagen suy…’ ‘Mentiiira’. Reconociendo a la faltosa como La Guti y en consideración a sus tías, él siguió ‘y de la costilla que Dios tomó del hombre, hizo una muj…’ ‘Mentiiiraaa’. ‘¡Afuueeeraa!’ terminó La Guti. Todo esto pasó hace un millón de años, ella sigue siendo ‘fregadita’, como dijo el sacerdote cuando la acusó con sus tías. Ese tranvía fue el primero de los muchos que la han empujado a lo largo de su vida y La Guti ya sabe que no puede detener a ninguno. Hace poco, en una reunión con sus amigas, bailó y cantó para ellas: ‘soooy cooomo soooy y nooo me parezco a naiden’.

Cuando Lanchita (así le decía su abuelita), se casó, hace casi sesenta años, la mayoría de mujeres de su medio no trabajaba. Ella era profesora, le gustaba su trabajo y no consideró dejarlo ni aunque por eso ella resultara una rareza. Explicó a su marido que la casa la llevarían juntos; su suegra, sus cuñadas y sus concuñadas casi explotan de la indignación al saber que el pobrecito sabía planchar la ropa y hasta bañar a los niños, mientras que ellas prácticamente vestían y poco les faltaba para talquear el *poto de sus propios maridos. A Lanchita, antipatiquísima ella, le importó poco lo que pensara el mundo, siguió trabajando hasta jubilarse y aleccionó a sus hijas para depender únicamente de sí mismas; casi las mata del susto y de la risa cuando puso cara de bruja para enseñarles cómo reaccionar si algún día un hombre les levantaba la voz, ‘lo miran fijamente a los ojos, no bajan la mirada por ningún motivo, se le acercan lentamente con esta cara de loca malvada y verán que lo convencen de que están poseídas’. Lanchita dejó a sus hijas la receta de la mejor torta de manzana del mundo, la certeza de ser Suficientes y las instrucciones precisas para ejecutar una mirada capaz de minimizar al cobarde más gritón.

‘Robustiana’ era una niña pequeña, obediente y tranquila. Tenía una vida normal y feliz con su papá, su mamá y sus hermanitos hasta que un mal aquejó a su papá, lo paralizó y puso al mundo patas arriba. No había nada qué los médicos pudieran hacer por él y su esposa decidió que se quedara en la casa atendido por su familia. La niña adoraba a su padre y por más chiquita que fuera, sabía que llorar no solucionaba nada. Cada vez que el médico venía para revisar al paciente, ella entraba al dormitorio con él y preguntaba ‘¿Cómo ayudo?’ Entre ambos movían a su papá y el médico le decía sorprendido, ‘¿De dónde saca tanta fuerza una niña tan chiquita como tú?’ ‘Aaah, ya sé, es que tú eres Robustiana’ y así fue como le quedó el nombre. Robustiana era una experta cargando a su papá cuando él finalmente murió varios años después. Entonces pareció que el universo terminaría de caer sobre su familia y nuevamente Robustiana preguntó ‘¿Cómo ayudo?’.

La Universitaria Tardía postuló a la universidad alrededor de los cuarenta años porque ‘sintió’ que su matrimonio se iba al carajo y supo que de ‘ama de casa’ no podría seguir; si dependía del marido, enamorado de una mujer que llevaba el mismo nombre que su esposa (evitemos confusiones) no iba a haber casa de la cual ser ama. Ingresó a la universidad e hizo todas las reuniones de estudio en la sala de su casa, sus compañeros de clase parecían sus hijitos. Determinada, lo logró, terminó la carrera, buscó trabajo, sacó a patadas de su vida al traidor, se sintió la dueña del mundo y lo fue. La reacción de la Universitaria Tardía ante la desdicha agrandó la admiración y el respeto de sus hijos, uno de ellos la llama ‘Señora’ y el término no podría ser más preciso.

Abran Paso dejó a su marido cuando su puntería al lanzarle los platos llegó a ser tan exacta que se asustó de sí misma, Mí misma, un día de estos, lo matas y terminas presa por decapitar a un adefesio. Arrancó dejándole todo: la casa, el auto, el perro, hasta a los hijos. Cargó sus pocas *chivas y sus muchos miedos, buscó refugio en la casa de sus papás viejitos, se dedicó a trabajar con una meta y apenas tuvo cómo, recuperó a sus hijos y los crió sin aceptar ni un centavo del hombre al que decidió abandonar. Sus argumentos para dejarlo permanecieron desconocidos, pero siempre se refirió a él como ‘el adefesio’ y tratándose de una mujer tan inequívoca, sus razones ha de haber tenido. Abran Paso fue llamada ‘loca’ por ‘quebrar una familia’ y hasta idiota por ‘dejarle las propiedades’. Lo que no le dejó fue su dignidad. Se rehízo solita y abrió su camino pisoteando prejuicios en una época y una ciudad muy duras para una ‘mujer sola’. Tiempo después tuvo la audacia de enamorarse de un hombre más joven y zambullirse en ese amor.

Cuando Lealtad era poco más que una adolescente se sorprendió a sí misma y a su pedacito del mundo al salvar a su enamorado de una muerte fija a manos de una turba que apestaba a licor de quinta. Se metió a la bronca a punta de groserías, se plantó detrás de él espalda con espalda; no cerró la boca ni para respirar, mientras gritaba todas las malas palabras que sabía o iba inventando en el arrebato, agitando brazos y piernas de la forma más amenazante que se le ocurría. Así salvó la vida de él y convenció a los bravucones de que las mujeres somos todas unas locas peligrosas. Esa reacción suya, tan instintiva, fue la forma que su espíritu encontró para mostrarle su esencia. Han pasado muchos años desde aquella pelea desigual y la vida ha sido muy explícita al mostrarle casi todas las formas que tiene de ser cruel. Lealtad ya sabe que una turba maloliente es más fácil de olvidar que algunos golpes de otro tipo, pero ante cada uno, ella sigue el procedimiento que manda su ser: Primero, protege su espalda y la de aquellos que ama y después hace lo que sea necesario, asuste o no, duela o no. Lealtad sólo olvida que es una valiente cuando ve una libélula, sale corriendo disparada como si ese bicho fuera un tiburón con alas.

Luisa jamás se compadeció de sí misma, La Guti se levanta cada vez que un tranvía la tumba, Robustiana carga al mundo si es preciso y además ofrece ayuda, Lanchita impuso su carácter, La Universitaria Tardía se adueñó del mundo, Abran Paso rompió tabúes y Lealtad cubre espaldas propias y ajenas. Observemos el espejo con atención, podríamos encontrarlas.

*metete: peruanismo para ‘metiche’

*poto: peruanismo para ‘culo’

*chivas: peruanismo para ‘trastes’

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