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Cuello de cisne


Un extranjero con pinta de galán de cine llega a trabajar a una provincia tercermundista y conoce a una chiquilla con cuello de cisne. Él viene del mundo que ella sólo ha visto en documentales. Ella ama los libros, él ha leído algunos. Ella quiere saber de países, él conoce muchos. A ella le gustan los idiomas, él habla varios. Para ella, él es un gigante, cultísimo, inteligentísimo, guapísimo, un príncipe, una maravilla andante. Cuando está con él, a la chiquilla le tiemblan las piernas, es toda latidos, toda nervios, toda hormonas. Cuando él está con ella, se siente enorme, le gusta esa mirada de fan enamorada. Para él, ella es arcilla manuable y además una belleza ‘exótica’ que luciría mejor en otro lugar. Ella está loca por él. Él está loco por ese cuello de cisne, largo, finito, tan frágil. ‘¿Se va del país cuando termine su contrato?’ ‘¿Y te dejará?’ ‘¿Eres perra?’ ‘¡Ningún hombre te va a querer cuando él se haya ido!’ Pero él no se va sin la chiquilla con cuello de cisne, él no va a dejar a ese trozo de arcilla y dispone en secreto una boda de ensueño. No soy perra, es él quien quiere casarse conmigo. Así empieza la historia de la chiquilla que cayó deslumbrada por un gigante y la mujer que escapó de un pigmeo.

La chiquilla con cuello de cisne llega a una ciudad ajena en un país ajeno en un continente ajeno de un mundo ajeno, rodeada por rostros ajenos de raza ajena y costumbres ajenas constata incrédula que no entiende ni le entienden. Las conjugaciones verbales, las listas de vocabulario, los adjetivos y adverbios que le enseñaron y estudió afanosamente son inútiles. Pide ayuda a su esposo. ‘No’. ‘Está claro que perdiste el tiempo estudiándolo’. La chiquilla cree que él, de profesión maestro de idiomas, está jugando a desafiarla. La chiquilla piensa. La chiquilla se hace socia de una biblioteca, pide sus libros favoritos en el idioma ajeno, relee las historias que conoce de memoria y habla acerca de ellas con quien pueda. Por fin entiende y le entienden. La determinación de la chiquilla sorprende y luego divierte al gigante. La chiquilla con cuello de cisne no ha parado de pensar, sigue un curso relacionado a su carrera con un diccionario debajo del brazo y consigue un trabajo, se ha hecho un lugarcito en aquel mundo ajeno. Desconcertadísimo, el gigante siente que su altura disminuye un poco, debo haberme acostumbrado a su tamaño descomunal, cree ella al notarlo. Entre arranques de grandilocuencia romántica, con los sentidos estallando de dicha, sintiéndose plena y mujer, ve a su marido desplegar el mundo ante ella como el superhombre que sigue siendo. Una tarde descubre que él tiene una novia cibernética, correos electrónicos ardientes que incluyen fotos en posturas anatómicamente imposibles y textos impensables que la mencionan: ‘es una chiquilla, no una mujer como tú’. ‘Quien busca donde no debe, encuentra lo que no quiere’. ‘Si tú me satisficieras yo no necesitaría a otra mujer’ escucha atónita las respuestas. La chiquilla con cuello de cisne se encoge y él vuelve a parecerle enorme.

Segura de que la culpa es suya, continúa por inercia un matrimonio lleno de altibajos que cumple un patrón de espanto, momentos maravillosos salidos de una película de Hollywood seguidos en ciclo por burlas nuevas y humillaciones. ‘¿Engordaste, eh?’ Esto no está bien, siente la chiquilla. Una noche los gritos hieren tanto que ella piensa seriamente abrir la puerta del taxi en movimiento y lanzarse a la avenida. Esto no está bien, se repite. Llega el golpe, sin manos (¿evitemos a la policía?), ZZZZZ, ZZZZZ restalla la camisa hecha látigo. La chiquilla protege su rostro y aterrada constata que el gigante se achica. Debo irme, decide. Se sienta a pensar procurando no sentir y vomita. El embarazo que los médicos declararon imposible no lo era.

Ella ha cumplido su anhelo de ser madre y el amor que siente es tan inmenso que la envuelve íntegra. Desde que el bebé anunció su venida, el hombre está en fase amorosa. Es el proveedor feliz, el padre de familia con esposa dedicada a la crianza de su bebé. Cuando el bebé cumple un año, ella busca trabajo nuevamente y se da de narices con una crisis económica continental, no hay empleos disponibles en su campo. En casa, el tirano ha vuelto para quedarse: ‘Soy un burro de carga’, ‘Esa carne que estás comiendo me tomó veinte minutos de trabajo’. ‘¡Ociosa, no haces nada!’, grita a la mujer que aplana las calles asistiendo a entrevistas laborales, limpia la casa, lava y plancha la ropa, prepara las comidas, atiende a una criatura, maneja la contabilidad de la empresa del marido (ad honorem) y además, lo atiende a él, como si fuera un niño más. ‘Analicemos la situación, cariño, ¿eres consciente de que tú me provocas, buscando trabajos de princesa?’ ‘Haz lo que hacen los de tu raza, ¡limpia baños de una vez, que necesitamos el dinero!’ vocifera mientras mete una pierna en el calzoncillo que ella lavó. - Tenemos que irnos, se dice a sí misma por millonésima vez, ¿pero cómo?

La determinación de la mujer con cuello de cisne da fruto una vez más y consigue un trabajo en su campo. Por fin. Conoce gente interesante, con ideas similares a las suyas. ‘¿Ideas?’ ‘¿Qué ideas?’ ‘Tú no tienes ideas propias, sólo repites las mías, tú eres mi loro’. Vamos a irnos, decide ella y planea la separación con la calculadora debajo del brazo, concluye que en veinticuatro meses, aproximadamente, tendrá el dinero para vivir con su criatura. Redescubre el feminismo, lee, aprende y sigue pensando. ‘¡Feminismo!… hay tantas luchas justas en el mundo, ¿por qué no escoges una que valga la pena?’ ‘¿No será que te gustan las mujeres?’ ‘Tu cuello de cisne es tan finito, ¿sabes que puedo quebrarlo con una sola mano?’, dice él, pequeñísimo, entre risas y ella toma un curso de defensa personal. Atiende con toda su alma las instrucciones del entrenador mientras trabaja, piensa, cuida a su hijo, ahorra y teme. Marcas en los brazos, marcas en el cuello, gritos, humillaciones, hasta que ella se harta. Se pone de pie, adopta la postura de Guardia y enfrenta al hombre bajísimo. Que me pegue, ruega en silencio, que me pegue de una vez para poder llamar a la policía. El marido queda atónito ante el desafío de la posición. ‘¿Tú crees que eres hombre?’ ‘¿Crees que puedes pelear conmigo?’ No pudo. Terminó en el piso y él barrió la casa con sus cabellos al arrastrarla de los pies, sin golpearla. ‘Analicemos la situación, cariño, ¿eres consciente de que tú me provocaste?’, preguntó, minúsculo.

A la mujer con cuello de cisne no le alcanzó el alma para llegar a la fecha en que tendría todo el dinero necesario para recomenzar la vida con un hijo en tierra ajena. De tanto preguntar, buscar y averiguar, consiguió un lugar pequeñito y casi pagable. Se presentó ante su marido y pidió el divorcio. Él rió. Después la insultó. Luego la amenazó. Por último, lloró.

Nota: Ésta, como todas las historias que cuento, sucedió. Ha sido muy difícil escribirla, y no porque no la comprendiera. ‘No me pegaba, pero me dolía, Úrsula,’ dijo ella y lo entendí. Todos conocemos las estadísticas pero muy pocos las comprendemos. He aquí una mujer que envuelta en el amor a sí misma, se sobrepuso al miedo a un mundo inmenso y desconocido, a la convicción de ser insuficiente y luchó; una mujer que algún día cercano dejará de preguntarse, cada vez que dice algo, si la idea es suya o de él. Esta es la historia de una mujer cuyas heridas sanarán porque no se lanzó de aquel taxi. Porque cada marca en su cuerpo fue visible en el mío, cada vez que intentaron cortar sus alas fui yo quien aleteó y cuando barrieron el piso con su cabello, lo hicieron también con el mío. Porque cuando tocan a una, nos tocan a todas, entendámoslo de una vez.

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