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De intimidad y revolución


El feminismo ha logrado desde sus inicios el reconocimiento de nuestro estatus como sujetas de derechos. El camino ha sido duro y lento, y sí; hemos obtenido a partir de exigencias y lucha ciertas condiciones de mejora para las mujeres, pero aún hay, hermanas; muchísimo que hacer.

No existirá ninguna liberación real si no se acaba la jerarquía que se nos adjudica al nacer, cuando se nos mira entre las piernas; porque nunca dejan de hacerlo tengamos la edad que tengamos. El sistema tiene formas de darnos con una mano y seguir aplastándonos con la otra, muta y se camufla, se sirve de todas las herramientas que tiene y crea nuevas; tenemos la certeza del sector negacionista, pero la incertidumbre de todo un colectivo envuelto en una treta. Podemos estudiar, trabajar, pero sigue imponiéndose la maternidad como una meta sin la cual la realización personal no vale nada. Se sigue esperando de nosotras belleza, sensualidad y mucho sexo; porque ahí vamos, maternando y trabajando sobre tacones y aprovechando las labores de esclavitud doméstica para hacer sentadillas y no "descuidarnos" porque al final del día seguimos casi en las mismas, aunque ahora nos reconozcan los derechos que les hemos arrebatado.

La figura masculina sobre la que se ha formado y fortalecido por años el patriarcado tiene su firma en todos los aspectos de nuestra vida, y no es sino desde la disidencia que podemos hacerle frente. Siempre estamos pidiendo y exigiendo, y eso está bien, pero en un aspecto más profundo el modo en que concebimos el mundo debe cambiar, desde nuestra vida cotidiana hasta la forma en que nos relacionamos con la sociedad.

Si nos vamos al principio de todo debemos dignificar nuestra naturaleza, entendiendo esta como la síntesis de lo que somos: dadoras de vida, cuidadoras de la tierra, hermanas todas. Y más allá de lo romántico y utópico que pueda sonar en la práctica podemos hacer de nuestra vida diaria un frente de lucha o mejor aún, un sistema de resistencia y de cambio, de transformación profunda, de ir a la raíz de un modo sostenible y seguro. La forma en la que nos relacionamos con otras mujeres debería definir la calidad de nuestro feminismo, que posicionamiento tienen ellas y a la vez tú, porque como ente político somos indivisibles, en nuestra mente; que dinámica desarrollamos en nuestras relaciones, interpersonales, sociales, económicas, etc.

Si vamos a ir hasta la raíz para acabar con la desigualdad debemos ir a nuestro propio interior y transfigurar todo lo que no nos permite vivir en feminismo; va a doler mucho la interpelación, va a doler mucho el auto escrutinio y el descubrimiento de todas esas veces en que desperdiciamos energía y vida en parásitos. Como decía líneas arriba, el sujeto malo no nos da nada gratis, la sobrecarga laboral es un precio justo para la ilusión de libertad que nos han vendido: estudia pero solo cosas para mujercitas, trabaja pero no descuides tu labor de esclava doméstica, porque tus derechos en teoría pueden haber sido reconocidos pero los estándares bajo los que eres medida no han cambiado. Sé 'libre', igual estigmatizaremos tus decisiones. Las transgresiones de hace 50 años vienen a ser casi las mismas que las de ahora, y nuestro cuerpo cada vez se fragmenta más para el consumo de la multitud. Es duro toparse de pronto con el hecho de que aunque podamos parecer una sociedad moderna en la que se reconoce a la mujer como ciudadana sigamos siendo testigos de discriminación, de cosificación de nuestros cuerpos, y los crímenes que son la cúspide del iceberg, violaciones, trata y muerte.

La lucha, el movimiento organizado, la colectiva feminista se han tratado de mantener lo más lejos posible de herramientas patriarcales, creando formas de protesta pacíficas pero abundantes en impacto, de todos modos no basta, hay una tarea que parece de hormigas pero es titánica y va de hacer comunidad, va de además llevar a cada fibra de nuestra vida la consecuencia y coherencia, va de vernos a las mujeres y amarnos, va de compartir los saberes adquiridos y aprender constantemente, va de dar voz, de aprovechar la sororidad y ser escuchadas, va de una militancia íntima y cotidiana que puede de forma progresiva cambiar el mundo. Me declaro en feminismo desde la forma en la que veo el mundo hasta la forma en que me relaciono con él; me declaro feminista en mis decisiones, comprometida a compartir este modo de vida y transmitírselo a mi hija, a mis hermanas, a mis compañeras, a la señora del bus con la que comento los precios del mercado, a la vecina a la que golpean en mitad de la noche y por la que corro a la policía, a mi madre cuya renuencia me pone a prueba siempre, a la compañera que me pide resolverle una duda, a todas, y espero lo mismo de vuelta.

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